ÉTICA O EL ARTE DE ESCULPIR EL CARÁCTER
Para los filósofos antiguos, la ética consistía en la reflexión sobre la formación del carácter y, sobre todo, en la puesta en práctica de un conjunto de ejercicios destinados a cincelar esa formación. Aristóteles (422-384 a.C.) sostiene que el ejercicio de la ética debe conducir al florecimiento de todas las potencias humanas. Ese florecimiento recibe en griego el nombre de eudaimonía (felicidad) y cada potencia llevada a su máxima expresión es una areté: una excelencia del carácter. Sin embargo, alcanzar estas excelencias, lo que tradicionalmente se ha llamado virtudes morales (prudencia, valentía, justicia, templanza, generosidad, paciencia, etc.) es algo que supone un entrenamiento. Y cada persona necesita de un entrenamiento singular porque cada una tiene un temperamento natural único.
De acuerdo con Hipócrates (460-370 a.C.), el gran médico de la antigüedad griega, cada ser humano es una mezcla de cuatro sustancias humorales que producen cuatro temperamentos naturales distintos: melancólico, iracundo, sanguíneo y flemático. Nadie tiene uno de los cuatro temperamentos en estado puro, todos somos mezclas, pero en cada mezcla destaca una tendencia. Hay quienes son más melancólicos y otros que son más flemáticos. El iracundo, por ejemplo, encontrará dificultades para desarrollar templanza. La formación consciente de su carácter implicará, pues, cultivar hábitos que le permitan contrarrestar su tendencia natural a la cólera (hábitos de paciencia, tolerancia, compasión, etc.); y esto implicará, a su vez, que, una vez que se presente una situación potencialmente “enojosa”, pero antes de que emerja la ira, el colérico pueda recordarse otro tipo de respuesta que no sea la cólera. Quizá, en lugar de enojarse, recuerde que él también ha cometido un acto similar al que está a punto de condenar y eso lo calme a tiempo. En un caso así, aquel que se empeña en formar su carácter ha logrado darse a sí mismo un razonamiento hábil, lúcido, capaz de sustituir sus viejos hábitos (en psicología cognitiva, condicionamientos) por una respuesta distinta. Si la suma de nuevas respuestas logra forjar un nuevo hábito, entonces el ejercicio ético estará cumpliendo la tarea de labrar un carácter más virtuoso.
Entre las éticas antiguas, destacan, en particular, las de las escuelas helenísticas (estoicos, epicúreos, pirrónicos, cínicos, “neoplatónicos”) por la vitalidad de su filosofar y por la concepción de la práctica como una instancia indispensable para in-corporar (hacer cuerpo) la reflexión teórica.
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Estos textos breves son un llamado a reescribirnos, reinventarnos y crear nuevos escenarios.