LA POSIBILIDAD DE REESCRIBIRSE: EL CASO DE LOS FILÓSOFOS ESTOICOS
A un teorema matemático le basta con una única demostración para quedar definitivamente probado. La razón práctica, en cambio, exige reincidencia. Si, pongamos, soy impaciente y tengo una larga historia de impaciencias ante situaciones que implican espera, la posibilidad de darme un razonamiento que demuestre lo estéril de impacientarme no bastará para erradicar esta tendencia. Llevo años respondiendo así y, cada vez que lo he hecho, he perfeccionado el automatismo de esa respuesta, a tal punto que ya ni siquiera la vivo como algo que tiene que ver conmigo; me toma por asalto de manera tan inmediata que todo lo que puedo ver es que el tráfico no avanza, que la fila se demora, que el mensaje que aguardo no llega… ¡Oh, el mundo se cierne en mi contra precisamente cuando llevo mayor prisa!
Y sin embargo, hubo una ocasión en la que, mientras esperaba a ser atendidos por un burócrata y ya comenzaba a impacientarme, alguien (un tal Séneca), al verme zozobrar así, me hizo ver con argumentos persuasivos lo inútil que era perturbarme por algo que no dependía de mí y cómo podía yo hacer un uso provechoso de ese tiempo en lugar de darlo por muerto. Entonces, logré serenarme. El tal Séneca me previno: «Recuerda esto una y otra vez. Si puedes escríbelo antes de ir al encuentro de situaciones que puedan hacerte zozobrar». Por supuesto, una vez fuera de la oficina, caminé muy ufano y olvidé por completo las palabras de aquel buen señor. Y el mundo siguió conspirando en contra de mis prisas.
El consejo de este hipotético Séneca es escribir para recordarse una respuesta lúcida allí donde solemos ser torpes, y recordarla una y otra vez para así transformar aquel hábito perturbador en una respuesta hábil, es decir, libre de perturbación. Todo el asunto estriba en transformar hábitos. Ahora bien, un hábito es un condicionamiento: «si x, entonces y» (para el caso, «si hay espera, entonces hay impaciencia») y esto supone que, en lugar de responder de manera espontánea, libre, la mente está condicionada (empobrecida) para responder de cierta manera; al mismo tiempo, cada vez que surge algo capaz de activar el condicionamiento, la respuesta sólo lo refuerza: es un círculo endemoniado.
El soporte de todo esto es la memoria. Si desapareciera la huella mnémica donde se asocian, pongamos, espera con intolerancia/impaciencia, el condicionamiento quedaría desmontado. Un modo de hacer esto es ir al origen de la huella (conviene, por ejemplo, cuando hay trauma); otro es construir un soporte alternativo, una memoria que se recuerde a tiempo respuestas hábiles y las vaya sustituyendo, cada vez, hasta modificar por completo el viejo hábito.
Ese soporte era, para los filósofos estoicos, la escritura. Al ejercicio de escribir diariamente notas que pudieran recordarle a uno mismo aquellos razonamientos lúcidos, capaces de sustituir hábitos torpes, le llamaban, en griego, hypomnémata: hypo (bajo o debajo), mnémata (memoria), soportes de la memoria.
El único testimonio que nos ha llegado de este tipo de escritura son las, así llamadas, Meditaciones del filósofo estoico y emperador de Roma, Marco Aurelio (121‐180 d.C.), aunque su título original era Tà eis heautón: ‘A sí mismo’. Fueron escritas durante los últimos diez años de su vida, en plena campaña militar a orillas del Danubio. A pesar de gobernar el mayor imperio que Occidente había visto jamás, cada vez que podía, el emperador se retiraba a su tienda de campaña a escribir en su cuadernito. Entonces dejaba a un lado toda la pompa de su investidura y se entregaba a sus empeñosos recordatorios, sabiendo, que allí, en ese íntimo diálogo “a sí mismo”, era donde se forjaba su único y auténtico poder: el poder de gobernarse a sí mismo.
2 Comentarios
Es una excelente idea este blog. Me ayuda a recordar a don Séneca y a reintentar de nuevo “escribir en mi cuadernito” como Marco Aurelio. Reorientar hábitos y actitudes que no conducen a ningún lado. Uf… Gracias mi querido Gabriel
Gracias, querida Mat. Qué gusto leerte y saber de ti. Si necesitas apoyo con tu “cuadernito”, por aquí ando.