DESCARGA AQUÍ «EL PROBLEMA DEL CAMINO ABREVIADO, A LA LUZ DE TIFRÓN EL IDIOTA. MEMORIA DE UNA CARCAJADA CÍNICA»
Fui invitado en el mes de junio al coloquio El lado B de la filosofía antigua: de los presocráticos al neoplatonismo, que se llevaría a cabo los días 6 y 7 de noviembre en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero que, por una cuestión logística, terminó corriéndose para el 30 y 31 de octubre. A mí los coloquios me aburren, no me interesan lo más mínimo. Los ponentes raramente tienen el menor sentido escénico, no parecen darse cuenta de que, incluso esta clase de evento, es un espectáculo vivo. La mayoría leen, y casi todos, que se me perdone, lo hacen mal: de manera solemne, monocorde, a veces dubitativa a causa de los nervios, en fin, una total falta de rock. Yo intento, en general, no leer, aunque, como dije, casi no participo en esta clase de reuniones. Prefiero sacrificar un poco de rigor y dar un buen show, porque parto de la idea de que, para ver a alguien leer, mejor le pido que me envíe por correo su ponencia y la leo yo en mi casa, tranquilamente, tomando mate.
Sin embargo, cuando el coloquio insinúa ser, en algún sentido, un poco distinto, sea porque trate de un asunto que me apasiona particularmente, o porque se presenta con una “curaduría” más atractiva, acepto gustoso la invitación.
En este caso se nos invitaba a los ponentes a presentar trabajos sobre personajes poco conocidos del mundo antiguo, o bien sobre aspectos poco desarrollados. Yo había decidido presentar algo relativo a mis temas de los últimos años, hasta había pasado el título, que fue el que apareció en el cartel, uno de esos títulos largos, un poco técnicos, seguramente aburridos, cuando se me occurrió hacer algo completamente distinto: presentaría un problema en torno a un filósofo antiguo casi universalmente desconocido, por el simple hecho de que sería una invención mía. Me excusaría diciendo que, al final, había decidido presentar «el lado B» de la ponencia original.
Escribí, pues, una ponencia totalmente fársica, que es la que presento a continuación bajo el título de “El problema del camino abreviado, a la luz de Tifrón el idiota”. Todos los nombres que incluí son descaradamente ridículos y humorísticos, aunque suenen a griego antiguo: «Hijo de Flátulo, un comerciante de telas, y de Menarca», «según refiere Andrónico de Oblitera», «Termófilo de Absceso» (estuve a punto de incorporar a un tal Canelón de Escroto, pero ya era demasiado, así que quedó como Canelón de Escrótalo). Inventé sesudos comentaristas, disputas imaginarias, me di el gusto de burlarme de los filósofos analíticos (analectos en el texto) y hasta de los oradores de los coloquios, como los que estaríamos precisamente allí, a través de Zifrón el cínico. Una vez en la mesa, leí la ponencia con suma seriedad, y hasta me vestí para la ocasión de modo deliberadamente serio, con una camisa, un chaleco, un sombrero (amo los sombreros) para enfatizar más la parodia.
Increíblemente, el público lo tomó todo en serio. Algunas personas, muy generosas, me vinieron a felicitar, diciéndome que no habían escuchado hablar de aquel Tifrón el idiota. Aparte de sentirme halagado, yo no daba crédito. Era como alburear sin que el otro se supiera albureado. Era como La guerra de los mundos, adaptada por Orson Welles, donde bastaba con decir un disparate (un disparate muy bien construido) siguiendo las formas radiofónicas, para que la gente se tragara el cuento (alguno hasta se suicidó creyendo que llegaban los marcianos).
Dijo McLuhan aquello de que «el medio es el mensaje» y volví a constatarlo. Leí con la gravedad académica correspondiente, citando fuentes y comentaristas, mientras hablaba de Flátulo y Menarca, y decía disparates (mezclados con fuentes y discusiones genuinas e interesantes), y eso fue suficiente para ser tomado «en serio», cuando todo había sido una especie de carcajada cínica. Es tan cerrado, tan falto de imaginación el formato académico, que ni siquiera cuando está siendo ostensiblemente burlado, en su propia casa, la burla es notada. Yo podía haber sido esa tarde Sid Vicious, leyendo una ponencia en el Aula Magna, con un saco y una camisa blanca, y la voz grave declamando sobre asuntos graves, y estar diciéndoles en sus narices, no que Tifrón era tenido por idiota, sino, al estilo de un rockstar, «todos ustedes son unos idiotas», y nadie habría escuchado nada, y me habrían felicitado al final, llamándome, según las formas y el orgullo estúpido de los académicos, Dr. Vicious.
Quiero creer que alguien sospechó la burla. Confieso que yo me divertí en silencio.
DESCARGA LA PORTADA AQUÍ:
DESCARGA EL TEXTO COMPLETO AQUÍ:
7 Comentarios
Gracias mi buen Gabriel. Lo voy a leer con placer.
Qué bueno tenerte de compañía por estos lares, Mat. Muchas gracias. Ojalá que lo disfrutes.
Me encantó. Me divertí mucho. La ponencia es un fantástico reto a la falsa intelectualidad.
Se la mandé a Gabriela que lo lea con su maestro de español.
Gracias Gabriel. Continúa con tu camino
Najum
Qué lindo encontrarte por acá, tío. Muchas gracias por tu aliento y tus comentarios. Abrazos para todos.
Que buena manera de joder al mundo. 😁
¡Genial! Es refrescante poder reír a carcajadas leyendo filosofía. Mil gracias Gabriel
¡Muchas gracias, Karen! Qué bueno saber de ti. Un abrazo.