
El estoico considera que para hacer justicia hacen falta ecuanimidad y discernimiento, no odio, rencor o algún otro estado mental perturbador. A pesar de que lo injusto produce indignación o enojo, el estoicismo considera que estas afecciones son una mala base para impartir justicia. En este sentido, ante una situación injusta, el estoico evaluará que se trata de algo dispreferido (no de un mal) y hará cuanto esté en sus manos (cuanto dependa de él) para intentar corregir la situación, sabiendo que el resultado final no depende de él (asumirse el autor del resultado final implica perturbarse para nada). Si, en cambio, la injusticia ha sido originada, pongamos, en una confusión que ha hecho que yo haya actuado injustamente, eso, desde la perspectiva estoica sí es un mal y será mentester corregirlo, reparando el daño: pero aquí, de nuevo, hay un punto más allá del cual el daño (psicológico, moral, etc.) del otro ya no está en mi poder reparar. La gran diferencia es que en el primer caso, ante un evento injusto, del que yo no se sido la fuente, no hay ahí un mal, sino algo dispreferido; en el segundo, hay un mal, porque yo he sido la fuente de eso. En ningún caso, sin embargo, tiene cabida la ira, por lo cual el estoico permanece, sí, imperturbable, pero no indiferente, y mucho menos inactivo, ante la injusticia.