
Todavía recuerdo el primer fin de semana que pasé en este departamento, cómo me fascinó salir a este balcón a fumar, sentir el aire tibio y húmedo y voltear hacia el lado derecho donde no había una sola luz, se veía el cielo y la silueta de los árboles que ocupaban el resto de la manzana. Eso fue hace poco más de dos años, ahora vuelvo a salir y miro hacia ese ángulo, pero esta vez en una tarde nublada y me doy cuenta que parte del paisaje ya ha sido invadido por un condominio. Si bien fui consciente de que lo construyeron, hasta ahora caigo en cuenta de que es parte de la vista desde mi balcón.
Sigo mirando y me distrae la cola serpenteante de Nino, mi gato que me hace girar la mirada hacia abajo, entonces veo las macetas abandonadas, tres de ellas con tierra. En algún momento intentamos comenzar un huerto, teníamos jitomate, cilantro, menta y una hierba consentida que creció casi medio metro. Supongo ahora que el resto gozaban de nuestros cuidados gracias a ella pues cuando le cayó una plaga y se secó, comenzamos a descuidar al resto. La orquídea totalmente seca; no soy de flores, pero me gustan las orquídeas, quizás porque era la flor favorita de mi abuela. La única que queda es una planta de hojas redondas y pequeñitas que parecen plastificadas, se extiende como una alfombra retándonos con su supervivencia.
Frente a mí, a unos siete metros, se alza la torre B de muros blancos y grises. Tiene siete pisos y en cada uno de ellos dos balcones triangulares, uno por departamento. En el que queda justo frente al mío hay un camastro que parece abandonado. Hoy, la ventana de abajo tiene corrida la cortina, veo una andadera junto a la ventana y un sofá blanco del que cuelgan un par de piernas. Tengo dos años viviendo aquí y sólo conozco a unos cuantos vecinos a quienes saludo cuando coincidimos en el elevador o en el estacionamiento, el de la ventana, no tengo idea quién sea. Hacia abajo hay una fuente circular con piedras que de noche se prende con luces de colores. Y alrededor alcanzo a ver algunos saltamontes gigantes que tienen ya unos meses merodeando por aquí.
Veo la alberca, unas escaleras, un jardín con palmeras, unos camastros, en uno de ellos un vecino panza abajo tomando el sol, al fondo, una palapa medio descuidada con cuatro mesas y una barra. Del otro lado del muro, el jardín del otro condominio y de fondo, la ciudad todavía con muchas manchas verdes, me encanta la vegetación de este lugar, te paras frente a un baldío y no alcanzas a ver más allá de la primera fila de árboles por su espesura. A veces fantaseo, cómo habrá sido para los mayas vivir aquí hace mil años, descalzos en esos parajes, rodeados de esta inhóspita naturaleza y entonces me es evidente que tenían una sabiduría que nosotros, seres modernos que no podemos vivir sin streaming y microondas, no tenemos.
El día de hoy llueve un poco, el cielo se ve de diferentes tonos grisáceos y las nubes se ven pesadas y estáticas. Casi no hay viento, las hojas de las palmeras apenas se balancean. Las luces de la ciudad comienzan a encenderse, cada vez que regreso la vista hacia arriba después de garabatear un par de palabras, me percato que alguna luz se agrega al paisaje y entonces por primera vez me doy cuenta, que muy al fondo, se ve desde mi balcón la tierra de la fantasía, los hermosos hoteles que se alzan detrás de la laguna. Siempre soñé con vivir en la playa, y no me quejo me encanta el clima, el aire húmedo, me encanta tener tiempo, pero en no es nada como la fantasía que durante tantos años alimenté. Y entonces, a veces en las noches cuando tomamos vino y escuchamos jazz, planeamos la próxima migración, a un bosque en el que de vez en vez caiga nieve.