
Gracias por tu tarea, Linda. De hecho, tenemos representaciones absolutamente todo el tiempo, nuestra mente es un flujo incesante de representaciones complejas. Podemos llamarles también estados mentales. Es bueno constatar que la mente propia es “positiva”. De todos modos, a la luz de tus palabras, creo que vale la pena preguntarse ciertas cosas: ¿por qué, en tu mente, la fantasía (representación en griego es phantasía) supone que cuentes estas cosas a alguien? ¿No sería suficiente si no las contaras? Son sólo preguntas.
Me concentraré, sobre todo, en la parte final sobre la ira. ¿Por qué nos enojamos? Algo interesante de tu escrito, es que puedes darte cuenta de que te “enojas sola”, por así decir, en el sentido de que, más allá de lo que haya pasado con tu amigo, fantaseas con tu reclamo y su respuesta y eso redobla la ira, pero sólo esa parte ya es únicamente una fantasía. Nos pasa a todos. Pero el ejemplo deja ver muy bien qué es la ira. Según los estoicos (siguiendo en esto a Aristóteles), para que haya ira debe haber, en primer lugar, un sentimiento de que me han hecho un daño doloso, deliberado; ese es el primer juicio que está bajo el estado mental llamado ira. El segundo juicio es que “debo regresar ese daño”, en otras palabras, vengarme: la ira es apetito de venganza. Ahora observemos qué diría el estoico. En primer lugar, si alguien no me llama, eso no es un daño para mí (es algo externo, no depende de mí). Si percibo que hay daño es porque creo que el hecho de no llamarme, cuando quedó en hacerlo, tiene que ver con una intención deliberada de hacerme daño (o no me quiere, o alguna otra fantasía), pero ahí es cuando hay que DETENER LA IMPRESIÓN. Puede haber mil motivos por los que no me llamó; incluso si no tenía ganas, no tiene por qué tener que ver tan total y directamente conmigo: quizá estaba abrumado con otras cosas, etc. En realidad, uno no sabe por qué pasan ciertas cosas, entonces interpreta y ahí es donde se abre la posibilidad de que haya o no haya ira: según cómo interpretemos (éste es todo el punto de los estoicos). Por otro lado, si quedó en llamar y no llamó, ¿yo falté a mi palabra? No, por lo tanto no tengo por qué perturbarme: en lo que depende de mí, no he fallado. ¿Qué más se puede hacer? Preguntar. Porque expresar la molestia, en tono de reclamo, sólo va a hacer que la otra persona se ponga a la defensiva (como en tu fantasía, donde se redobla la tensión), mientras que preguntar atentamente, sin juicio, “¿qué pasó?” (dado que, realmente, uno no sabe qué pasó), sólo expresa la curiosidad natural de alguien que esperaba ser llamado y no sabe por qué eso no ha sucedido.
Séneca observa que a veces conviene manifestar la ira, a efectos “didácticos”, digamos, para que el otro entienda, pero siempre y cuando por dentro uno no esté enojado. Te puede interesar leer el libro de Séneca titulado “Sobre la ira” (o “Sobre la cólera”). Puedes encontrarlo en pdf, en la lección 2.9, entre los Diálogos de Séneca.