Son las 6 de la tarde y al asomarme por la ventana de mi habitación percibo a la distancia la parte alta de la Torre de Telecomunicaciones. Recuerdo momentos gratos de mi infancia cuando mis padres nos llevaban a mis tres hermanas y a mí los fines de semana al cine Continental que se ubicaba en la avenida Xola. Era tradición que, al terminar la película, camináramos hasta la glorieta donde se ubica ese edificio y jugáramos al lado de los murales que están sobre la avenida. Esos recuerdos le brindan mayor calidez a mi hogar.
Siempre he sentido curiosidad por lo que ocurre en otros hogares donde únicamente percibo siluetas a través de las ventanas, me imagino las historias que rodean a esas personas. En el caso de las que habitan la casa anaranjada que esta frente a mi ventana pienso que son adultos que trabajan, pues son las 7 de la noche y las luces están apagadas, que les gusta celebrar (por las múltiples fiestas realizadas en su jardín) y que disfrutan la naturaleza, tienen una majestuosa jacaranda cuyas ramas casi alcanzan mi ventana, de la que cuelgan múltiples enredaderas y además es lugar de descanso de diversas aves. Por el contrario, en la casa que se asoma del lado izquierdo de mi ventana únicamente he visto a una señora como de 50 años que me refleja soledad. Todos los días sube a tender ropa a la azotea y hoy no ha sido la excepción, muchas medias cuelgan de los tendederos además de ropa deportiva juvenil. En ocasiones la he visto quedarse un buen rato en la azotea atenta a lo que sucede a su alrededor y me causa curiosidad que cuando identifica la llegada del albañil que realiza trabajos en la casa de al lado, charla por un tiempo prolongado con él y le agradece saberse escuchada.
Advierto que en la casa de al lado estuvo trabajando el albañil durante el día por los rastros que dejó en la azotea: bultos de tierra, una escoba, plantas ubicadas en otro lugar. No entiendo la obra que está realizando pues había hecho una pared y después la tiró, había colocado un techo arriba de un nuevo cuarto y también lo tiró. Eso me hace pensar que el dueño es caprichoso, que cambia de parecer rápidamente y que no le satisfacen los cambios realizados.
Son las 7:30 de la noche y empieza a oscurecer, a la distancia el cielo se pinta de tonalidades anaranjadas y amarillas y arriba de mí son más intensas y obscuras al mezclarse el azul con el morado. La quietud de la paleta de colores es sorprendida por los aviones que atraviesan el cielo justo encima de mí. El ruido de algunos es discreto, pero el de otros es muy fuerte. Pienso que me he ido familiarizando con ese sonido ya que hace cuatro años cuando llegué a este, mi espacio, mi hogar, me despertaba durante la noche en muchas ocasiones a causa del ruido y ahora ya no. Únicamente me sigue estremeciendo el ruido de algunos de ellos (los menos, por cierto), que dejan a su paso un sonido intenso que se expande y que cuando lo escuchaba de niña pensaba que el cielo se estaría abriendo anunciando el fin del mundo.