
Asoma aquí una vena mucho más literaria, con frases bellas (“la quietud de la paleta de colores es sorprendida por los aviones”) y, sobre todo, la curiosidad, la mirada abierta e interrogadora que es propia del escritor/a. Esa mirada atenta, que observa sin precipitar conclusiones, que, allí donde no verían nada los ojos hastiados del día a día, encuentra interés y preguntas, ésa es la mirada que nos interesa aquí, sea que se vuelque a un paisaje, como en este caso, o a ti misma, como antes, o a tu pasado, como será el caso más adelante. Es maravilloso advertir cómo, en los dos párrafos consecutivo del medio, hay toda una historia cifrada, que muy bien podrías escribir (sea que te bases en lo que observes sucesivamente o en tu propia imaginación) y que sería genial que escribieras. Una mujer solitaria, de 50 años, que, sin embargo, cuelga ropa deportiva juvenil (además de medias largas) y tiene conversaciones ocasionales, no exactamente breves, con el albañil que trabaja al lado, al que le agradece su escucha. Y ese albañil kafkiano, que levanta construcciones para luego tirarlas, como si fuera un juego de Lego, obedeciendo las órdenes de un personaje invisible, que decreta desde algún oscuro rincón de la casa… ¿No hay ahí toda una historia, un cuento, una novela por escribir? A mí me dan ganas de saber qué sucede ahí, qué relación tiene la señora con el albañil, a quién pertenece la ropa juvenil, por qué el dueño de la casa de al lado manda levantar paredes y techos para luego derribarlos… Todo esto es posible porque has observado con atención, de manera curiosa, desprejuiciada, de tal modo que, allí donde parecía suceder nada, se te reveló un mundo. ¿Qué otros mundos esperan a ser observados allí donde la mirada empolvada no conseguiría ver más que su propia telaraña?
Bravo, Renata. Muy buen trabajo.