
Me interesa lo que compartes, Ángela, gracias. Alguien que debe vivir, cada día, con un cuerpo que ha enfermado y lidiar con eso en, por lo menos, dos niveles: las sensaciones corporales desagradables (el dolor, la fatiga, la lentitud) y las consecuencias que esa condición genera en los otros. Me parece interesante esto que mencionas de hablarle a tu cuerpo, como si fuera otro y al mismo tiempo algo muy cercano, y que lo hagas en voz alta: sin duda esa clase de soliloquios, no sólo no son signos de algún “desequilibrio” (“Habla sola”, “Le habla a las paredes”), sino que, en mi propia experiencia, constato que son una fuente de salud. Es una práctica que posiblemente te ayude a conscientizar que tú no eres tu cuerpo, o que, como dirían los estoicos, no eres en último caso tu cuerpo; quizá más que sincronizar cuerpo y mente, se trata de que la mente pueda mantenerse ecuánime ante los cambios de estado del cuerpo. Cuando se trata de un cuerpo que exige mayor atención, como quizá es tu caso, la práctica es más desafiante, la posibilidad del aprendizaje, mucho mayor. Siempre, entre más duras son las condiciones, mayores son las posibilidades de llegar lejos en cuanto a aprendizaje.
Observo que tu análisis de lo que depende y no depende de ti es lúcido y la respuesta que intentas generar ante la situación dispreferida es seguramente la mejor posible: comprender al otro, su situación, lo que en budismo se llama compasión (karuna) y que no tiene nada que ver con sentir lástima por alguien, sino, realmente, comprender desde qué lugar esa persona obra, dice, calla, etc. Por supuesto que, aunque la disposición para responder compasivamente esté, y esté firme, a veces no lo logramos. Y basta con haber dormido mal o estar fatigado, situaciones éstas que nos vuelven más irritables y nos restan lucidez.Como habrás notado, todo el asunto es mantener una lucidez plena. La lucidez es, cognitivamente hablando, lo que afectivamente llamamos ataraxia: imperturbabilidad. En la segunda semana se abunda mucho más sobre esto.
Me parece también interesante que detectes avidez (la palabra es muy justa) en relación a la lectura. A veces uno piensa que es mejor ser ávido de ciertas cosas que de otras, pongamos, de libros que de caramelos, y en cierto modo sí, pero al mismo tiempo el problema no es tanto el objeto sino la disposición con que nos acercamos, es decir, no el libro o el caramelo, sino la avidez como tal, porque, como bien intuyes, eventualmente oculta otras cosas. Si, pongamos, una tarea te resulta tediosa y, en lugar de hacerla, lees ávidamente, el problema no está en leer (ése es el “síntoma”), sino en lo tediosa que es la otra tarea. Y es casi seguro que entre más tediosa, mayor sea la avidez por fugarte. En suma, que la avidez es signo de algo. Y no importa que sea una avidez muy ilustrada: es avidez. Por eso digo que es muy bueno que la detectes y notes las consecuencias que puede generar, y la hagas así consciente, y puedas, eventualmente, ver qué hay debajo de eso, la procrastinación, etcétera.
Por último, en cuanto a la evaluación vespertina: nada como la gratitud y qué bueno que tú tengas ese hábito. Si es un acto genuino, agradecer da pleno sentido a todo lo que ha pasado en el día. Y es interesante observar que, bajo el resplandor de la gratitud, lo “malo” y lo “bueno” se desdibujan: todo lo externo es de algún modo atesorado (salvo en casos extremos, claro), así haya sido agradable, desagradable o neutro, es decir, preferido, dispreferido o indiferente.
Muy bien, Ángela. Sigo aquí en lo que pueda apoyar.