
Muy interesante y con muy buenas posibilidades de discutir algunas ideas. Voy a intentarlo aquí.
El asunto no es, por supuesto, que a uno no le afecte el sufrimiento de los demás, eso sería inhumano y contradice derechamente el ideal de sabiduría estoica, que, como verás más adelante, es completamente comunitario, es decir, político. Se trata, más bien, de que la afección que experimentamos sea, tomando prestado el lenguaje del budismo, hábil y no torpe (el budismo tiene la genialidad de no hablar de “bien” y “mal” -2,400 años antes de Nioetzsche). Hábil y torpe aluden a una dimensión afectiva y a una dimensión instrumental. En lo afectivo, una respuesta (mental) hábil es aquella que no conduce al sufrimiento/perturbación; torpe es lo contrario. Pero, si notas, hábil y torpe tienen una connotación instrumental, un “saber hacer” algo, y eso también está implicado. Entonces, cuando atestiguamos injusticias, si somos mínimamente sensibles, nos indignamos y, muy probablemente, nos enojamos. La ira se origina, precisamente, en la creencia de que se ha recibido injusticia de manera dolosa y es, por lo tanto, el impulso de regresar el daño recibido: apetito de venganza. Todo esto procede de Aristóteles, pero los estoicos coinciden en la descripción cognitiva de la ira. En lo que no coinciden con Aristóteles es en que preste alguna utilidad. Séneca, en su tratado sobra la ira, dice algo así como: El buen juez no necesita odiar para impartir justica. En otras palabras, la ira (y sus especies) es un afecto sumamente “natural”, digamos, pero al mismo tiempo es torpe, porque implica sufrimiento por parte de quien la experimenta y porque, sobre la base de la ira, es improbable que el juicio sea justo. Para los estoicos, la base de la justicia no puede ser jamás un estado pasional, sino la ecuanimidad. Que uno se indigne o se enoje, no resuelve la injusticia y sólo trae aparejado un sufrimiento innecesario. Pero ¿cómo lograr eso? ¿Cómo sustituir una respuesta torpe por una hábil y no montar en cólera con las injusticias? Desde luego, no siempre lo logramos.
REMEDIOS DE SÉNECA CONTRA LA IRA:
(1) PACIENCIA
El mejor remedio contra la ira es el paso del tiempo. Pídele al principio no que perdone, sino que piense: tiene un primer arrebato duro, se calmará si espera. Y no intentes eliminarla del todo: quedará totalmente vencida si se le ataca por partes. / Sobre la ira, II.29.1.
Nadie se concede tiempo y el caso es que la demora es el mejor remedio contra la ira, para que su primer embate languidezca y la niebla que oprime la mente se disipe o se haga menos densa. Algunas de las cosas que te sacaban de quicio las suavizará una hora, ni siquiera un día, otras se desvanecerán por completo […] Cualquier cosa que quieras saber, confíala al tiempo. No se ve con precisión en medio del oleaje. / III.12.4
No te sea lícito nada mientras estás encolerizado. ¿Por qué? Porque estás pretendiendo que todo te sea lícito. / III.12.7
Si la ira es una especie de ansiedad o impaciencia, lo primero es aprender a diferir la respuesta. Es un remedio que interviene sobre el impulso (“es apropiado vengarse/regresar el daño”), no para rebatirlo, sino para diferirlo, contenerlo.
(2) ELIMINACIÓN DE LA SUSPICACIA, LAS CONJETURAS, LAS COMPARACIONES
Hay que eliminar del espíritu la sospecha y las conjeturas, provocaciones éstas muy engañosas: «Aquél me saludó con poco afecto, aquél no respondió a mi abrazo, aquél cortó bruscamente la conversación a medias, aquél no me invitó a cenar, el aspecto de aquél me pareció hostil». No faltarán argumentos para la sospecha; se hace necesaria la sencillez y una apreciación favorable de las cosas. No creamos nada más que lo que salte a los ojos y sea evidente […] / Ibid., II.24.1-2
Una gran parte se procuró motivos de queja sospechando cosas falsas o dando importancia a detalles insignificantes. A menudo la ira viene a nosotros, más a menudo nosotros a ella. / III.12.1
En efecto, nos encolerizamos con los seres más queridos porque nos ofrecen a cambio menos de lo que hemos pensado y de lo que otros han recibido, aunque está en nuestra mano el remedio a ambas cosas. 3. Fue más complaciente con otro: agrádenos lo nuestro, sin establecer comparaciones; nunca será feliz aquél a quien atormenta un ser más feliz. Tengo menos de lo que esperaba: pero quizá esperé más de lo que debía. / III.30.2-4.
He aquí una clara aplicación de lo que los estoicos consideran la lucidez suprema: no agregar nada de la propia cosecha, juzgar únicamente a partir de lo que se muestra. Aquí se busca desmantelar el juicio evaluativo que propiciaría la ira, pues si no sé por qué el otro me ha saludado con poco afecto, no puedo asegurar que me esté infiriendo un daño a mí, de manera dolosa y personal, es decir, injusta.
(3) NADIE ESTÁ LIBRE DE CULPAS
Si queremos ser jueces justos de cualquier hecho, persuadámonos de que, en primer lugar, nadie de nosotros está sin culpa. En efecto, de ahí nace la mayor indignación: «No he hecho nada malo» y «No he hecho nada». Más bien no lo reconoces. / Ibid., II.27.3
Se dirá que alguien ha hablado mal de ti: piensa si tú lo has hecho antes, piensa de cuántos hablas tú. / II. 28.4
Lo irónico aquí es que la ira surge precisamente como respuesta a un sentimiento de injusticia. Sin embargo, Séneca y en general los estoicos sostienen, como vimos, que la justicia sólo puede fundarse en la ecuanimidad, nunca en la ira.
(4) COMPRENSIÓN DEL OTRO (COMPASIÓN)
No se encolerizará el sabio con los que cometen faltas. ¿Por qué? Porque sabe que nadie nace sabio, sino que se hace, sabe que en cada generación surgen poquísimos sabios, porque tiene muy estudiada la condición humana, y nadie cuerdo se encoleriza con la naturaleza […] De modo que el sabio, sereno y justo con los defectos, no enemigo sino corrector de los que cometen la falta, avanza cada día con esta intención […] Estudiará todo esto con tan buena disposición como el médico a sus enfermos. / Ibid., II.10.6 y ss.
El sabio ha sustituido la ira por la compasión. Comprender al otro como el médico al enfermo (sabiendo que también uno comete faltas y padece enfermedades morales), supone comprender que el que nos agrede simplemente sufre o está en un estado de ignorancia y es por eso que nos agrede. Estrictamente, ni siquiera nos agrede a nosotros, aunque en ese momento seamos su circunstancial objeto de agresión.
(5) LA BREVEDAD DE LA VIDA
Y nada será más útil que pensar en nuestra condición mortal. Que cada cual se diga a sí mismo y al otro: «¿De qué sirve que nos declaremos la ira como si naciéramos para la eternidad, y que malgastemos una vida tan breve? ¿De qué sirve invertir los días que podemos emplear en placeres honestos, en entristecer y atormentar a alguien? Estas cosas no admiten dilaciones y no hay tiempo que perder. / III.42.2-3
(6) EMPEZAR POR LOS SÍNTOMAS FÍSICOS: DE LO EXTERNO A LO INTERNO
Desviemos en sentido contrario todos sus síntomas: cálmese el rostro, suavícese la voz, modérese el paso. Poco a poco el interior se adapta a las manifestaciones externas. / III.13.2
Dicho esto, me parece importante agregar que, en otras tradiciones, como en el budismo tibetano (también en el zen), si bien la ira es considerada un veneno, se habla de una ira “limpia” y de un gran potencial en esta emoción, porque es un fuego capaz de romper obstáculos. De ahí que en el budismo tibetano (o tántrico) haya deidaddes coléricas y se hable de la posibilidad de transformar la ira en discernimiento. Una ira limpia significa que responde de manera enérgica exactamente a lo que debe responder, sin incendiar nada más, en el momento en que debe responder y enseguida remite (quizá Aristóteles no esté tan lejos de esto). Es difícil, pero es posible.
Estoy aquí para apoyarte en lo que esté en mis manos.