
Lo que observo es que la energía naciente que dio fuerza a los brotes de tu infancia, de alguna manera parece irradiar sobre todas las estaciones y acompañar, sea con una estela de sensualidad el verano, o a modo de sostén en las estaciones más “frías”. Qué importante una buena infancia para poder sobreponerse más tarde a los contratiempos de la vida.
Me alegra ver que la organización de tu biografía en cuatro estaciones te permitió trazar una mirada sinóptica y poder mirarte en grandes cuadros. Uno puede ver, entonces, cómo cambian las prioridades, los valores, los desafíos, cómo, en cierto modo, también una vida humana reconoce “paletas”, coloraciones distintas en cada etapa: los colores explosivos de la primavera, rutilantes del verano, la paleta sobria y, sin embargo, rica y poderosa del otoño, la retracción del invierno.
Quizá, por una ambigüedad mía (que ahora mismo voy a corregir), no era claro que las cuatro estaciones debían, más o menos, acogerse a la división pitagórica, de modo que pudieras describir el invierno, no como la estación en la que estás ahora (pues, bajo la clasificación de Pitágoras, tú estás ahora en el otoño), sino como tu vejez, y poder así visualizarla, es decir, verte a ti misma entre los 60 y los 80 años, a la luz de lo que ha sido tu vida hasta ahora y cómo quisieras que fuera esa etapa. Esto te permitiría (y puedes rehacerlo, si lo deseas) abrazar todo el arco de tu vida, desde tus primeras días hasta tus últimos. ¿Cómo te ves en ese invierno pitagórico?