
Muchas gracias por el texto, Fanny.
¿Cómo no entenderte? El abuso indigna, enoja; la traición duele, marca, hace que el corazón se cierre. Son las respuestas más o menos normales, porque responden a las interpretaciones más o menos normales que tenemos de ese tipo de episodios. El desafío aquí es intentar VER distintas estas cosas, ver lo que es tal como es, sin huellas del pasado, sin proyecciones, sin fantasmas.
Primero vamos a ver el asunto de la cólera. ¿Qué es la cólera? ¿Por qué nos enojamos?
Desde la antigüedad, Aristóteles observa que, para que alguien se enoje, debe forzosamente tener la creencia de que alguien le ha hecho:
(1) un daño inmerecido (injusto)
(2) de manera deliberada (intencionada)
(3) que es preciso devolver (devolverle el daño a la persona que, presuntamente, nos ha dañado).
La cólera, entonces, es el deseo de vengarse. Pero mira todas las posibilidades que abre este análisis. Una pregunta inmediata es: ¿por qué te sientes dañanda por tu cuñada? ¿Por qué te daña A TI? Es claro que alguien que se pavonea con discursos religiosos y luego se comporta con mezquindad, llevando las cuentas, no entiende nada de lo más hermoso y puro de la religión, que es, en cierto modo, el sentido de la gracia y la generosidad. Recuerda este pasaje del material de la segunda semana:
“Alguno hay que cuando le hace algo beneficioso a alguien está muy dispuesto a llevar la cuenta de ese favor. (2) Otro hay que no está muy dispuesto a ello; sin embargo, en su interior reflexiona y es consciente de la deuda. (3) Hay otro que ni siquiera sabe lo que ha hecho, que es igual a la parra que da el racimo y no busca nada añadido más allá de dar su propio fruto. (4) El hombre que ha hecho el bien no se jacta, sino que acude a continuación a otro hombre como la parra da de nuevo su racimo, como el caballo corre, el perro sigue la pista y la abeja hace miel” (Marco Aurelio, Meditaciones, 5.6).
Pero tú eres generosa. Te gusta beneficiar a la gente. Quizá no estás en el estadio de ser como la parra que da un nuevo racimo, pero no andas llevando las cuentas. Lo que depende de ti, humanamente, lo haces tan bien como puedes. No parece ser el caso de tu cuñada. ¿Dónde está el daño? ¿Quién está mal aquí? ¿Qué pierdes tú, qué pierdes realmente (además de la paciencia, que depende de ti), cuando ella se comporta como se comporta, incluso cuando tu esposo, su hermano le sigue el tren? ¿Qué pierdes? ¿A tu esposo por unas horas? ¿Dónde está el daño real?
Quizá un asunto interesante es ponerse en el lugar de ella y pensar desde ahí. ¿Por qué ella actúa cómo actúa? Aquí se trata de mirar con ecuanimidad, sin precipitar juicios (“¡Actúa así porque es una cretina!”). ¿Qué tiene que creer alguien para andar llevando las cuentas? ¿Y cómo se siente alguien así? ¿De dónde procede toda esa mezquindad? Puede ser un ejercicio interesante (en budismo se le llama karuna, compasión) estudiar las condiciones del otro, estudiarlas con “ojo científico”: su relación con el dinero, con la pobreza, con la riqueza, con la necesidad de atención y control. Todo esto tiene que ver con la segunda creencia (2) en el análisis de la cólera: que ella hace daño de manera intencionada, deliberada. En general, cuando las personas actúan de esta manera, no tienen el propósito deliberado de joderte la vida, más bien son sus carencias, sus agujeros los que necesitan controlar, ser atendidos y echan mano de lo que pueden.
Ahora bien, eso, claro, puede inmiscuirse más allá de lo deseable. ¿Qué depende de ti? Poner los límites. Ponerlos con total firmeza, sin por ello ser violenta (un equilibrio difícil pero muy posible y muy satisfactorio). A veces, cuando nos enojamos, no es con el otro, es con nosotros mismos por no haber puesto el límite, o por haberlo puesto de manera tibia. El otro puede intentar pasarse de la raya, eso depende de él/ella, no es tu asunto. Lo que depende de ti es estar firme y clara en los límites. Y si es preciso dar un grito, porque el otro no entiende de otro modo, sea (pero de preferencia, que tú estés interiormente serena y recuperes lo antes posible el equilibrio).
Entre los materiales que te mandé por mail, están los Diálogos de Séneca, y allí hay un tratado llamado “Sobre la ira”. Es una joya. Si tienes tiempo, léelo. Una muy buena idea es que, para hacer justicia (pues el que está enojado siente que ha sido injustamente dañado) no hace falta odiar. En otras palabras, la base para hacer justicia no es la cólera (que suele enceguecer y crear problemas) sino la ECUANIMIDAD. Y para ganar ecuanimidad, sirve quizá todo este análisis, especialmente si logras hacerlo con cierta regularidad, anticipándote, como en los ejercicios estoicos, a las situaciones potencialmente enojosas. Eso es también detener la impresión. Detenerla y estudiarla con calma. Tu cuñada no es la impresión/representación. La impresión es tuya, es tu mente: ahí eres soberana si lo decides. Y si la estudias, la analizas, te determinas, puedes perfectamente modificarla. Si logras eso, conocerás el sublime placer de la imperturbabilidad, y del logro moral (seguramente ya lo has saboreado en otros ámbitos).
Lo último que quisiera comentar, sobre tus líneas finales, es que, claro, puedes trabajar intentando desanudar las heridas del pasado, las huellas, las traiciones, y está bien, puede ser una vía muy provechosa. Pero también puedes intentar estar muy muy muy lúcida en el momento presente y tratar de percibir lo que se te presenta con la consciencia de que eso no es el pasado; esa persona no es la que te traicionó (incluso la persona que te traicionó ya no es la misma tampoco, aunque pueda reincidir). No negaré que es difícil, que las huellas del pasado se proyectan sutilmente en nuestra percepción. Pero es que tú misma no eres la que fuiste. Ser relajado no es un problema si la relajación no se vuelve una ingenuidad pueril. Al contrario, puedes ser firme y relajada al mismo tiempo. Cuando uno está tenso, se vuelve susceptible, y al ser susceptible está mucho más expuesto a sentirse lastimado. “Cerrar el corazón” no protege gran cosa. Es paradójico, pero sólo un corazón abierto de par en par resulta invulnerable.