
La pregunta que no puedo eludir para mí mismo, y por lo tanto para ti, es: ¿por qué precisamente este espectro? Quizá para comprender la magnitud de su ilusoriedad, es decir, de su ser espectro, y darle así el golpe de gracia o despedirlo. La escritura revela, dentro del proceso de tirar el espectro al lago, en qué momento estás. Es un recuerdo gastado, pero amenaza, bien que muy tibiamente, con quemar aún; sólo quedan ecos de recuerdos, apariciones débiles, aunque quizá no totalmente inocuas, y sin embargo ya casi no tienen fuerza, porque pareces estar en esa maravillosa bisagra que tiene algo de alquímica, donde lo que termina empieza a ser visto, ya no desde la pérdida, sino desde la gratitud. Ese preciso giro en que el lamento por lo que se ha ido se torna en agradecimiento por la experiencia, el aprendizaje, anunciando el final del duelo, la cesación del dolor.
¿Se puede estar agradecido/a por todo? Agradecido, no exactamente por la ausencia de palabras para expresar los sentimientos, ni por la incapacidad de reconocerlos como tal, ni por no haber estado a la altura, sino por el hecho de haber vivido todas esas experiencias de torpeza y, ahora, poder reconocerlas, poder adivinar las palabras que faltaron, no para echarlas en falta, sino, otra vez, con la gratitud de haberlas, por así decir, adquirido a fuerza de errores. ¿Podemos sentirnos agradecidos por nuestros más vergonzosos errores? ¡Por qué no!
Un paso más, tal vez el más difícil: ¿podemos amarlo todo? Amar el destino, como querían los estoicos, como declaraba Nietzsche: amor fati. Y amarlo todo, lo agradable y lo desagradable, los aciertos y los errores, lo que nos dio placer y lo que nos ha dolido, ¿no coincide exactamente con aceptarlo, abrazarlo, integrarlo en lugar de rechazarlo, separarlo, repelerlo?
Da la impresión de que estás en las postrimerías de un duelo y que ya se anuncia, como una aurora, eso que el poeta llamó despertar de la Humanidad y que quizá no es otra cosa más que estar totalmente libres de espectros, viendo lo que es tal como es, sin huellas, sin condicionamientos ni roles ni muecas, sin expectativas, sin proyectar nuestro teatro interior allí. Acaso esto sea amarlo todo.