
Tatuar en la memoria es una muy buena imagen; es justo lo que buscan los estoicos escribiendo sus hypomnématas, literalmente, “soportes de la memoria”, es decir, recordatorios. Podemos llamarle en adelante tatoomnématas 🙂
Más que con ser “buena persona”, la apertura del corazón tiene que ver con la capacidad de aceptarlo e integrarlo (y por lo tanto, amarlo) TODO. “Amar el destino” (Amor fati, le llamará siglos más tarde Nietzsche). Esto suena descabellado en principio, pero no lo es, aunque sí es un desafío humano extremadamente difícil. Pero podemos pensarlo en distintas escalas y verás que la lógica de todo esto es la misma.
En pequeña escala: tu cuñada predica sobre Dios mientras reclama una deuda y estima los intereses generados (estoy caricaturizando). No es que ésa sea una “bella acción”, por supuesto que no, pero tu corazón no se cierra con eso, no rechaza, no experimenta aversión. En lugar de eso, comprende (en el sentido de entender y abarcar, es decir, algo así como atravesar y abrazar), comprende, decía, la circunstancia: quién dice lo que dice, qué pasa en su mente-corazón, qué la mueve a hacer eso, etc. Al estar centrada tu atención de ese modo, ya no estás pensando en ti, en que eso representa un daño para ti (pues no es el caso) y, aunque pueda resultar una experiencia desagradable, no hay ese cerrarse, temer, encolerizarse, no hay nada de eso. Tú comprendes lo que sucede, comprendes el sutil sufrimiento (quizá no tan sutil) que mueve a la otra persona a actuar de ese modo. Si tienes que poner un límite, lo pones, pero el límite no emana de sentirte lastimada, sino de aquello que es justo y nada más, incluso justo por el bien de esa otra persona, pues al poner el límite la refrenas de volverse aún más abusiva. No hay sufrimiento propio, no hay aspereza, sí firmeza, porque te apoyas en lo que es justo y en eso no cejas, ahí está tu cimiento, pero eso no trae consigo nada personal a favor o en contra de nadie. Es en este sentido que digo que un corazón abierto, es decir comprensivo/compasivo, lúcido, observador, penetrante, amoroso, resulta invulnerable. Invulerable, insisto, no quiere decir que uno no perciba cosas desagradables, feas (dispreferidas, en el lenguaje estoico): quiere decir que no hay daño, o en todo caso, que la marca de algo así casi no hiende sobre nosotros y podemos levantarnos muy rápido, sin que quede huella. (En el fondo, la clave de todo esto está en la pregunta: ¿quién se siente lastimado? Es una pregunta del budismo zen, pero le queda bien a los estoicos también: desde el momento en que el yo es una ilusión, no hay nadie que se vea lastimado. La Fanny que escuchó a su cuñada predicar sobre Dios y reclamar dinero, ¿dónde está ahora? ¿Es la misma que lee estas líneas? No abundaré en estas ideas, que son centrales en el budismo, como dije, y muy específicamente en el zen, pero me gustaría dejarlas sembradas por aquí).
En una escala mayor y más dura: un duelo. Los duelos, precisamente, sólo terminan cuando hay plena aceptación; en ese momento, el sentimiento de pérdida se convierte en algo parecido a la gratitud. Ya no es el lamento por lo que se fue, sino la gratitud por haberlo tenido el tiempo que estuvo. Esto sí puede ser muy duro, pero, si notas, cuando llega la aceptación, cuando acaba el rechazo, el lamento, etc., cesa el dolor (el duelo). Es la misma lógica que en la escala pequeña: comprensión, aceptación, abrazar lo que es.
Si esto no es claro, si tienes alguna otra pregunta que esté en mi poder responder, no dejes de formularla. Lindo fin de semana, Fanny.
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Esta respuesta fue modificada hace 3 años, 8 meses por
Gabriel Schutz.