
Carl G. Jung decía que hacia los 40 años empieza a haber un cambio significativo, una especie de giro en la vida humana. Antes de los 40, estamos preocupados por nosotros, por constituirnos, por lo que el mundo pueda darnos; después de los 40, por lo que dejaremos al mundo. Desconozco tu edad (no tendré la indiscreción de preguntar por ella), pero está claro que, la anticipación de la muerte, con la brutal decantación de valores que genera, te pone en el lugar, ya no de qué te vas a llevar (que es igual a nada, salvo si aceptamos la idea del karma) o de lo que quisieras, por así decir, “arrancarle” a la vida en un último rasguño, sino de lo que vas a dejar, especialmente a tus amados/as y, por encima de todos, a tu hija. Es una posición de madurez, de aceptación, de firmeza. Y encuentro también cierta paz: no ha quedado nada por hacer; es decir, sí, muchas cosas en términos de experiencias, pero no de resolver asuntos pendientes. ¡Qué importante!
Quizá uno nunca está totalmente listo para morir (quizá sí), pero, cuando no hay lamentos, arrepentimientos, parece que, incluso la amargura de tener que dejarlo todo, incluidas las personas que amamos, se torna en gratitud. Un poco como lo que “hablábamos” la semana pasada sobre los duelos, y el giro de la tristeza hacia la gratitud. Y eso sucede en tu texto: “tremendamente agradecida por todo”, “lleno de amor y agradecimiento”.
Pero ¿quién nos asegura que hoy no será el último día? Y acaso, ¿no es éste el único y último 29 de enero de 2020 que vas a vivir en toda tu vida? ¿No es la luz del sol sobre los árboles (con o sin nubes), en este momento, irrepetible? Una bebé como la que tienes lo recuerda a menudo, porque cambia a toda velocidad, y van quedando cosas atrás, etapas consumadas, y aparecen nuevas, la risa, los dientitos, las primeras palabras… Eso que tu bebita enseña de manera ejemplar, sucede a todo nivel, todo el tiempo; entre más pequeño, más claro es el cambio. Si no se trata ya de un pequeño ser humano, sino de moléculas, átomos, quarks, no hay nada que no esté cambiando de manera vertiginosa, constantemente. Tener esto MUY PRESENTE es una de las llaves de la serenidad. Los budistas antiguos (theravadas) le llaman a esto ANICCA (impermanencia) y es una de las tres puertas para la iluminación, según ellos.
Gracias por tu texto un vez más. Ahora, que todos esos valores brillen en cada día, como si fuera el último día. Porque lo es.