
Cada vez que hay un espectro es porque hay algo “inflamado” que no termina de regresar a su lugar. En este sentido, tu texto sobre la historia de aquella consigna, “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar” es, precisamente, la condición que evita el surgimiento de algún espectro. Los espectros son más bien manifestaciones inarmónicas, algo que no está en su lugar, una fantasmagoría, una proyección, una ilusión que surge y, de manera inadvertida, nos toma por asalto. En términos más psicológicos, es la silenciosa acción de una huella o un condicionamiento inconsciente.
Esto lo encuentro en tu texto mucho más en los primeros dos apartados que en los últimos, aunque en el tercero está latente la posibilidad, pero aún no la desarrollas. Me refiero al espectro que tenemos siendo extranjeros. A veces esa extranjería se enfatiza de un modo desmesurado, a veces, por contraste con el país en el que vivimos, en este caso México, nos sentimos más de aquel otro lugar (Alemania en tu caso, Uruguay en el mío), y enfatizamos con cierta afección nuestra alemanidad/uruguayez: eso es justo el espectro, esa afectación. Es un asunto vasto, merece la pena ser investigado.
Pero, como te decía, identifico más claramente espectralidades en las dos primeras secciones de tu texto. El asunto con los espectros (y en general con este taller) es que te permitan cuestionarte profundamente. El sonido de un avión, despierta una memoria en ti, una memoria hostil, adversa, de un tiempo duro. ¿Qué queda de todo eso en ti? Ahí está el espectro: algo que, sin ser ya, sin estar ya presente, sobrevive en nosotros. ¿Qué sobrevive en ti? No me refiero a las escenas que vienen a tu mente, eso lo dices con claridad. ¿Qué de todo eso que te tocó vivir, de la guerra, de los búnkers, aún sigue en ti, aún condiciona cierto modo de ver o interpretar las cosas o las personas, o incluso condiciona, eventualmente, modos de actuar? ¿Puedes identificar algo de esto? De eso se trata identificar al espectro. Si la palabra te resulta confusa, llámale huella, condicionamiento, es igual.
Y lo mismo, exactamente lo mismo, vale para la expresión, tan elocuente, que inicia la segunda sección de tu texto: “Calla y no digas nada”. Dices que has reflexionado mucho y parte de esa reflexión está orientada a comprender las circunstancias de tu mamá. Pero tú, la persona que escribe, Albert, ¿qué efecto tuvo en ti esa frase, dicha, quizá repetidamente, por tu madre? Ahí está el espectro, no en tu mamá. ¿Te has callado y no has dicho nada en los pleitos o en los disensos? ¿Te has rebelado contra esa consigna de silencio, hablando quizá de más? ¿Cómo ha afectado en ti eso? ¿Qué huella ha dejado?
Si quieres, si puedes, escribe sobre esto que te sugiero en los dos primeros escenarios. Deja que la pluma fluya sin censuras, investigando todo esto. Puedes llegar a lugares interesantes. Y si lo deseas, envíamelo aquí. Te leeré con mucho gusto.
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