
“¿Cómo hubiera manejado esta situación mi abuelo?”. Es una pregunta clave y provechosa. En las tradiciones filosóficas antiguas, en las tradiciones espirituales de todos los tiempos, siempre aparece esa misma pregunta: “¿Cómo se hubiera comportado Sócrates?”, se pregunta Epicteto, el estoico, en el siglo I a.C. ¿Cómo hubiera resuelto esto mi maestro? Es un ejercicio espiritual clásico, porque el solo hecho de preguntárselo implica la posibilidad de acceder a ese punto de vista. ¿Cómo hubiera actuado tu abuelo en la situación que referiste en el ejercicio pasado (el juicio, etc.)? Quizá te lo hayas preguntado algunas veces.
Me parece una preciosa coincidencia que tu abuelo se ocupara en su telar y en los libros, y que tú reúnas todo eso en un texto. La palabra tejer, viene del verbo latino “texere”, cuya raíz es, precisamente, texto. Todo texto es un tejido, y quizá todo tejido, un texto. Cuando escribimos, cuando pensamos, tejemos. ¿Y no eran las tres hilanderas, las tres hermanas fatales (o moiras o parcas), Átropo, Láquesis y Cloto, las que, en la mitología griega, por encima incluso de Zeus, tejjían las vidas de los hombres y las mujeres en sus ruecas? Una devanaba los hilos, la otra medía con su vara, la tercera, la menor, Cloto, si mal no recuerdo, cortaba el hilo de la vida con sus tijeras fatales. ¿Qué tejía tu abuelo mientras hilaba? Es quizá una pregunta cercana a la que te haces, ¿qué se tejía en su mente mientras leía?
A veces estamos mucho más influidos por nuestros ancestros de lo que somos capaces de saber. En algunos casos, dicen (dice Bert Hellinger, supongo), esa influencia pasa por generaciones de manera inconsciente, hasta que se vuelve síntoma o emerge en alguien, mucho después. Es interesante poder hacer consciente este tipo de relaciones, incluso cuando no hemos sido tan asiduos a ciertas personas. Por ejemplo, yo, con mi abuelo materno, que también era alemán, que también sufrió las desgracias de la guerra, y mucho, tuve una relación más bien distante. Era un hombre amargo, tenía muchas razones para serlo, pero a mí no me gustaba, por eso mismo, estar demasiado cerca de él, lo veía poco. Cuando murió, escribí un texto con la intención de que la escritura me permitiera comprender mejor quién fue ese hombre. Desde entonces, comprendo que es alguien muy cercano a mí, alguien que llevo en los huesos, alguien que, si bien de niño me resultaba hostil, ahora, ahora que él ya no está y yo soy un hombre en el otoño de la vida, quiero entrañablemente. Cómo se va modificando la relación con los nuestros, aunque ya no estén.
Me alegra mucho que este ejercicio te haya abierto puertas. Sigue investigando, Albert. Sigue escribiendo, sigue tejiendo.