
Pero si la lluvia se llevara las tristezas, los dolores, los errores, ¿cómo aprenderíamos a sobreponernos a la tristeza, a sobrepujar el dolor, a reparar el daño? Sólo haría falta un mínimo de paciencia, ésa sería la única virtud, y ni siquiera podría aspirar a llamarse así, pues sería demasiado sencillo esperar pocas horas a que la lluvia arreglara nuestros desmanes.
Si de la lluvia depende restañar los errores, o depende del viento sacudir las angustias, si el cielo en la tierra no está adentro de uno sino fuera, en otra persona, así sea la persona más amada, un hijo, una hija, ¿qué sentido tendría la humanidad?
Precisamente las preguntas que te formulas en el tercer día, acerca de tu identidad, carecerían de sentido. Serías, en cierto modo, la misma persona que aquella niña; tu carácter no se habría forjado nunca, no habría habido evolución, desarrollo, crecimiento. Sin duda, que a veces la lluvia se lleve el fango y limpie, es un alivio. Pero ¿no sería mejor que tú fueras esa lluvia capaz de limpiar y renovar?
Por supuesto, entiendo lo que quieres decir. ¿Quién no lo ha experimentado? Que pase algo, algo bueno que acabe con todos los males. Es natural desear esto, desear la paz que ves en otro, pero a este deseo, creo, hay que agregarle la consideración filosófica, muy al estilo de los estoicos, según la cual los auténticos bienes y los auténticos males están en nosotros y no afuera. Y si es así, ¿qué podría impedirnos estar en paz, o, como dices al final del texto, en equilibrio?
Formulo todas estas preguntas porque creo que son realmente importantes. No cuestionan ni la belleza de tu texto ni la profundidad de tu sensibilidad. Sólo buscan despertar en ti otras posibilidades de mirar las cosas; tal vez estas posibilidades consistan también en creer en la propia fortaleza y levantar vuelo.