
Sea que mires o que escuches, sea que lo hagas de manera un poco más accidentada o un poco más libre, creo que estarás de acuerdo conmigo en que lo que has hecho en el curso de esos cinco días es contemplar; de manera más exhaustiva: detenerte y contemplar. La ventana sólo es una excusa.
¿Qué es lo que pone en juego este “detenerse y contemplar”? Si notas, en este texto, a diferencia quizá de los anteriores, no aparecen mayores perturbaciones, no hay dolor. Hay incluso placer, humor (la filiación de la gata a la internacional de observadores de aves), un tono entrañable. Alguna de tus líneas me hace evocar una novela del neorrealismo italiano, llamada Crónica de los pobres amantes, de Vasco Pratolini, que empezaba describiendo cómo despierta una calle, si mal no recuerdo, de Florencia.
Si notas, en tu texto, en tu bello texto, porque no hay duda de que tienes pasta de escritora, prácticamente no hay juicios. Describes lo que se te aparece, sea a la vista, sea al oído, sin ocuparte de decir si te gusta o no. ¿No es eso el amor, más concretamente, el amor fati, amar el destino? En tu texto hay esa especie de amor que abraza o abarca “lo que es”, tal como se presenta, sin ponerle condiciones, sin buscar manipularlo, sin empobrecerlo con un juicio, sin cambiarlo o intentar que se adapte a tus preferencias. Lo que es, tal como es, helo ahí.
¿Cómo ha sido esto posible? Dices muy bien: para eso tú tienes que volverte anónima, que tu yo no se inmiscuya ahí, porque cuando está el yo, con su historia, su carga biográfica, sus incontables condicionamientos, el mundo no puede ser percibido cabalmente, sino, al contrario, de manera empobrecida, condicionada; pero cuando el yo no estorba, el mundo se aparece en todo su esplendor. Esto es la base del budismo, del estoicismo y, me animo a decir, de cualquier tradición primordial. Aquí lo has atisbado por ti misma. No es poco.