
Me gustaría poder entender mejor lo que escribes en el “Día 4”, porque presiento que eso es clave, y no sólo para el día 4. Hasta donde alcanzo a entender, alguien, una mujer, se debate consigo mismo acerca de qué mostrar. No sé si este mostrar esté relacionado con el cuerpo o con, digamos, la personalidad (a través de algo que ella no sabe si decir o callar, por ejemplo). Sospecho que, al ver esto, tú mismo te das cuenta que, a pesar de no ser momentos para detenerse en eso, la decisión sobre qué mostrar y qué no no es menor. Y entonces adviertes que hay otro polo en esta ecuación: no ya lo que muestras, sino lo que se te muestra a ti. ¿Cómo? A través de esa vitrina infatigable (llamada mente). Si entiendo bien, la pregunta que hay allí es sobre la posibilidad de dejar la mente en blanco. Y la respuesta que te das es que no, y además, que si fuera así, si la mente quedara en un blanco completo, si la vitrina no exhibiera nada, entonces te sentirías más solo.
Vamos a analizar esto. Lo de la “mente en blanco” fue una metáfora de un guru hindú, si mal no recuerdo aquel que visitaron los Beatles, pero la gente lo tomó de manera literal. Dicen los tibetanos que en ciertas ocasiones muy específicas, tales como el bostezo, el estornudo, el orgasmo, el momento mismo de quedarse dormidos y, por supuesto, el momento mismo de morir, la mente cesa su actividad por un instante brevísimo, casi imperceptible (para los tibetanos, el flujo de conciencia continúa después de la muerte). Pero aparte de esto, la función de la mente, y en esto se incluyen las ventanas de los sentidos que hacen aparecer el mundo bajo las distintas cualidades sensuales, la función de la mente, decía, es precisamente ser como una especie de vitrina, retomando tu metáfora, donde se muestra la experiencia. Como decía Franz Brentano, el maestro de Husserl (el filósofo del que nuestro conocido en común es un gran conocedor), “toda conciencia es conciencia de algo”. Ahora bien, la metáfora sobre ese blanco de la mente tiene que ver, precisamente, con estar o no estar encerrados detrás de una vitrina. Cuando percibes como si miraras a través de una vitrina, estás percibiendo desde el yo, que es la experiencia ordinaria que todos tenemos. La posibilidad que sugiere la metáfora sobre la mente en blanco alude a la idea de que la percepción no esté ya confinada a la mente condicionada, la mente del pequeño yo que mira siempre desde su historia personal, sus inclinaciones, preferencias, etcétera, sino que eso quede en blanco: entonces, y sólo entonces, la conciencia trasciende por completo la vitrina. Ya no hay de este lado del vidrio y del otro lado del vidrio, ya no hay vidrio, ya no hay Chucho ni Gabriel (es decir, sí hay todo eso, pero no bajo el modo de una percepción condicionada) y a cambio se revela la experiencia incondiconada.
Paradójicamente, es justo al revés: si acaso podemos sentirnos solos, es porque estamos separados por la vitrina. Cuando somos el cosmos, ¿qué podría faltar?