
Qué buena experiencia, Almazuela, me alegra mucho leerla. El sólo hecho de haberte “reconciliado” con algo, es, en sí mismo, buena cosa.
Lo interesante aquí es que te diste cuenta de, por lo menos, dos cosas importantes:
(i) Que puedes tener conciencia de cuando tu atención se desvía, y regresarla voluntariamente adonde tú quieres. Esto parece un asunto menor, pero cuando no se trata de la percepción de un arándano, sino de un pensamiento en el que estás enredada, el gesto de darse cuenta de que te has desviado, dejándote arrastrar por ese pensamiento, y el reflejo de regresar a una posición de observación ecuánime, puede ser de mucha mayor importancia.
(ii) Descubriste una disposición donde hay, a la vez, concentración y relajación. La sensación en las yemas de los dedos puede haber sido muy agradable, muy sensual, pero lo que posibilita esa relajación que refieres es, más allá de lo agradable, el hecho de haber estado concentrada en un solo objeto, de tener, por así decir, “la mente unificada”. En otras palabras, es muy probable que lo agradable, en sí mismo, no haya sido lo que te relajó (si bien puede haber contribuido), sino que el haberte relajado, a fuerza de esta peculiar manera de estar concentrada, fuera en sí mismo lo agradable (intensificado por las sensaciones táctiles). En budismo, cuando se entra en un primer nivel de concentración, o lo que suele llamarse absorción (dyana), el efecto es precisamente experimentar gozo.