Cuando era niña e incluso estando más grande (cuando aún vivía con ellos) dediqué tiempo a escribir lo que mis padres decían o lo que hacían. Inicialmente comencé a hacerlo sin ningún motivo, después lo “justifiqué” al creer que plasmar en un papel sus palabras eliminaba la posibilidad de que ellas se ad-hiriera a mí. En realidad, con el paso del tiempo solo fortalecí su ad-herencia en mi memoria. En fin… Por fortuna ya pasaron esos tiempos.
Actualmente trato de pensarlos en una dimensión más justa, como dos personas desplazándose a través de normativas de género, de clase… presas de sí mismas y, a la vez, sin muchas intenciones de indagar en lo que sienten. He buscado distancias también más justas: no puedo estar muy cerca y tampoco tan lejos. Esa tensión se manifiesta de diferente modo, a veces los recuerdo bonito, pero también a veces los recuerdo como aquello que temo repetir en mi vida. Bueno, como bien sabes, todo eso ya lo he ido escribiendo por aquí.
Ahora estoy algo dudosa respecto al siguiente ejercicio. No sé a quién escribir. No conozco mucho de las familias de mis padres, incluso tampoco ellos saben tanto de sus raíces. Encuentro más bien que las historias de sus familias están llenas de misterios y de silencios. Haré todavía un esfuerzo por evocar a alguien que haya conocido más (como a algún tío o tía), pero si no lo logro ¿hay posibilidad de tratar de hacer el ejercicio tomando como referencia a mis padres o hermanos?
Por último, es un hallazgo para mí que encuentres vena literaria en algunos de estos textos. Me empuja, en primer lugar, a continuar escribiendo y, en segundo lugar, a buscar algún taller donde puede experimentar el mundo del ensayo literario, por ejemplo.
Como siempre, gracias mil veces por tus palabras, Gabriel.