
¡Claro, tú eres la ventana! Es maravilloso que hayas logrado llegar a esta conclusión de manera vívida. Ahora, ingeniero, poeta, examine las condiciones: ¿cómo fue que alcanzó esta experiencia desde su apartamento tapatío de clase media, sin necesidad de irse a los Himalayas? No digo que hayas tenido un satori, el golpe abrupto de iluminación al que apuesta el zen (lo de Harding fue sin duda uno), tú mismo eres prudente en este sentido, pero sea lo que sea que hayas tenido, sin duda es una experiencia significativa y por eso, creo, conviene examinar las condiciones.
Una condición fundamental, que tú misma sugieres, es la constancia: “cuatro días visitando esta ventana”. No hay profundidad sin constancia. La otra condición importante es que, al menos por lo que se deja ver a través de tu escritura (de esa ventana que es también tu escritura), no estás hablando de ti; tu yo aquí no está obstruyendo la descripción, sino que buscas representar de manera diáfana lo que se aparece a través de la ventana. Es interesante el hecho de que, a pesar de tener tú una prosa muy cuidadosa, muy rica, no se siente afectada, vanidosa, y es precisamente por esa claridad de la mirada y la prosa, por esa precisión para consignar lo que se aparece, esto es, por esa ausencia de un yo preocupado por hablar de sí mismo o demostrar sus talentos, que has podido devenir ventana, cristal, mundo. Es a esto a lo que te quiere llevar el zen: tú eres el mundo, pero porque tú no eres algo separado del mundo, algo sustancial y sólido que pueda surgir o mantenerse con independencia de todo lo demás. El yo sólo es un reflejo fantasmagórico en el cristal de la ventana que eres. Bravo.