
Es interesante todo lo que expones aquí. De un lado, la relación entre muerte y gratitud. ¿En qué radica esa relación? Tengo para mí que la gratitud es exactamente la llave que transforma la sensación de pérdida, la percepción de lo que ya no estará, por el aprecio de haberlo tenido. Es una operación alquímica de la mente: convertir el dolor en gratitud.
Es cierto lo que dices: cuando hay un “cambio en los estímulos” se muestra más patentemente la impermanencia (la ley del cambio), que cuando los días no acusan sobresaltos. Pero estrictamente hablando, aunque los días puedan tener, en apariencia, un aspecto menos variado, son marcadamente distintos unos de otros, sobre todo porque nosotros somos distintos, a pesar de que en lo grueso todo pueda parecer más o menos igual. ¿Cómo captar eso? Sólo hay un modo: estando más atentos a la trama fina.
Por último, es toda una conquista que te sientas preparado para manejar una situación de duelo con tu mamá. Y me parece totalmente razonable la necesidad de una despedida ritual. Un funeral es exactamente eso, creo, y hasta donde veo no es algo frío y racional, al contrario, es darle una investidura simbólica a uno de los grandes eventos de la vida: la muerte. Ahora bien, asumiendo la muy humana y, por lo tanto, muy razonable necesidad de simbolizar los eventos significativos (en eso consiste ser humanos, pienso en Jung), quizá sería interesante pensar si hay modos alternativos de generar alguna forma de ritual, que cumpla cabalmente con esa necesidad, incluso si no se hace en las condiciones de un funeral “normal”. Esto sería adaptarse a las condiciones efectivamente existentes, sin perder de vista los aspectos fundamentales.