
Varias preguntas importantes y varios destellos poéticos en estos cinco primeros días de escritura.
Dos de esas preguntas son topográficas, inquieren por lugares: el lugar de ese valle hermoso, que reconoces al mismo tiempo como tuyo y como inaccesible, y el lugar del botón de apagar. ¿Están relacionados estos dos lugares? El valle se difiere como un horizonte o una utopía, pero ¿qué es el horizonte, la utopía (literalmente, el no-lugar) sino lo que nos mueve a seguir andando? Ese valle es tu tierra prometida. Quizá la pregunta no es “en qué lugar inaccesible” de ti está, pues si resulta inaccesible de poco te serviría tenerlo ubicado; quizá la pregunta es: ¿qué te impide acceder a él? ¿Por qué no puedes llegar? Tal vez no sea aún tu momento, tal vez tengas que seguir andando todavía y por eso esa tierra prometida se te manifieste como un horizonte que se difiere. O quizá, si encuentras el botón de apagar, en ese preciso instante te aparezcas en medio del valle.
En todo caso, la gran pregunta: ¿quién soy yo? La identidad que habías abonado, la de la mujer ocupada en mil quehaceres, cae de repente. ¿Qué queda? Dices “angustia” y es lógico; como dijo un filósofo, el miedo es miedo de algo, pero la angustia es por la nada, y cuando cae la identidad que te construiste laboriosamente en el curso de los años, se aparece la nada.
Pero tienes maravillosas pistas por otros lados. De una parte, un atisbo de cierta sabiduría práctica, que advierte que nuestros planes (lo mismo que nuestras identidades) son fútiles a menudo y pueden caer de la noche a la mañana, como cayeron tantas y tantas cosas a partir de este tiempo de emergencia. Por lo tanto, conviene saber improvisar, en el más alto sentido de la palabra, en el sentido de desplegar una espontaneidad atenta, lúcida, capaz de responder con presteza a lo que se vaya presentando en cada momento. “Un día a la vez (y una cosa a la vez) y todo está bien”. Y por otra parte, estos soslayos poéticos, tan bellos, que son, precisamente un detenerse, un aquietamiento, todo lo contrario de la agitación que refieres a lo largo del día 4; porque, para apreciar el breve y eterno estallido de la gota contra el suelo, o adivinar un bosque de arbustitos que danzan en un bowl, la mente tiene que estar en calma, sumamente atenta.
¿Quién fue la María Belén que percibió la gota contra el suelo?
¿Quién la que vio un bosque de brócolis en un bowl?
¿No será que eso sucedió cuando el botón estaba apagado?
¿No será que estaba quizá acariciando ya el hermoso valle en la gota, en las hortalizas con forma de arbusto?