
La escritura, cuando surge de una fuente veraz, como es el caso aquí, tiene la cualidad de manifestar una peculiar armonía entre «forma» y «fondo»; por eso me es difícil decir si el texto es entrañable o si la abuela Carmen es un personaje entrañable y, en verdad, ponerlo así es una tontería: el texto y la abuela son indistintamente entrañables. Quizá esto se deja ver con total elocuencia en la primera oración: «se nacía y ya se estaba en la vida sin mayor trámite», como si, desde su nacimiento, Carmen hubiera estado más allá de las formalidades. También aparece este espíritu libre, sugerido con picardía a través de los apellidos de sus hijos y en eso que dices al final, que habla de tiempos aparentemente menos enredados, sobre ir al mar sin necesidad de protecciones y recaudos. Qué importante tener un modelo con ese espíritu y qué enorme gracia haber sido esa Lucerito que pudo recibir la impresión de semejante libertad.
Es preciosa esa coincidencia entre Carmenchu y Lucerito en el Puerto de Veracruz. En términos de «estrategia literaria», yo lo hubiera reservado para el final, sin interpretar la respuesta de la maestra Carmen, dejando por última frase: «Va, Lucerito, acá te espero».
Un ejercicio que existe en la mayoría de las tradiciones fillosóficas y espirituales es mirar con los ojos del maestro, o bien, de alguna figura importante. Epicteto, el estoico, se pregunta: «¿Cómo hubiera resuelto esto Sócrates?». Quizá es una buena sugerencia considerar, cada tanto: «¿Cómo hubiera resuelto esto la abuela Carmenchu?»