
En este caso no me centraré en el entrañable retrato que has hecho de tu abuelo, no porque no sea fascinante y esté muy bien escrito, sino porque creo que, como sucede a menudo, lo más importante, o bien no se dice (y en esto se basa la «teoría del iceberg» de Hemingway: un buen cuento es aquel en que no se dice lo más importante), o bien aparece como algo menor, marginal, casi entre paréntesis, muchas veces al final, como un apunte suelto. Es evidente que hay un linaje de varones que pasa del abuelo al padre y del padre al hijo, y ese linaje, tan rico en posibilidades, puede ser una inmensa gracia, como sin duda parece ser el caso en muchos aspectos, pero también puede ser una inmensa carga, como tú mismo admites, sobre todo en relación a tu padre, a su modo de trabajar. Si yo tuviera que decir cuál es la frase decisiva de este texto, diría sin dudar que es ésta: «En gran parte, soy una copia imperfecta de él» [tu papá]. Es una frase que podría pasar un poco inadvertida, quizá a modo de homenaje, pero sería un gran error (un gran error de mi parte) no llamar la atención sobre lo que esto significa. En el mismo párrafo hablas de «decisiones para tratar de imitar su camino».
Eres nieto e hijo de grandes hombres, pero lo que hará de ti un gran hombre no es imitarlos, sino asumir con plena consciencia la influencia que ellos han ejercido sobre ti, tomando lo que te parece valioso de ese patrimonio, apropiándotelo, modelándolo a tu propia manera, y desechando todo lo que no te parezca valioso, todo lo que tú, por tu propio entendimiento, a la luz de tu propia experiencia, temperamento, etcétera, decidas no continuar. Si te ves a ti mismo como una imitación, no sólo estás destinado a que ésta sea siempre imperfecta (porque en el fondo, imitar es en sí mismo un acto de la mayor «imperfección»), sino que te estás negando la posibilidad de decidir libremente tu propio camino. Todos aprendemos por imitación, eso es claro, se ve de manera evidente con los niños. Pero, precisamente, sólo es una primera etapa de aprendizaje. Después viene la apropiación, el hacer nuestros, a nuestra manera las cosas que hemos aprendido, imprimiéndole nuestro propio matiz; y también viene la desapropiación, el poder desechar las cosas heredadas que no consideramos adecuadadas para nosotros. Cuando, aun siendo adultos, seguimos en una fase de imitación, en general de manera totalmente inconsciente, estamos sacrificando lo más precioso que tenemos, que es nuestra libertad, nuestro albedrío.
Reconocerse haciendo los gestos de nuestros ancestros es importante, porque en el momento en que tenemos ese reconocimiento, se abre de inmediato la posibilidad de decidir, de manera consciente, deliberada, si queremos mantener ese gesto o no. Si lo mantenemos, está bien, pero entonces ya no es una imitación como tal, es una decisión libre. Y si decidimos que, siendo quienes somos aquí y ahora, decidimos no mantener en adelante este gesto, este modo de hacer algo, etcétera, indudablemente estamos quitándonos de encima un condicionamiento, algo que pudo quizá ser de ayuda durante un cierto periodo, pero que, eventualmente, se volvió una limitación o una carga.
Me tomo la libertad de comentar todo esto, en la quinta y penúltima semana de este espléndido proceso que estás haciendo, precisamente porque ha sido espléndido, porque sé que en el cuarto piso de ese edificio de apartamentos de clase media de la ciudad de Guadalajara, hay un hombre sensible, un hombre que pagó quizá un costo importante por haber estado tan envuelto en sus ocupaciones años atrás, cuando se mudó a Guadalajara con su pareja, un hombre, en fin, que atisbó su no-cabeza en el reflejo de la ventana; quizá ahí hubo algo de la sabiduría yaqui que tu abueló exploró, pero ya no es tu abuelo, ya no es tu papá, ahora eres tú, es tu cabeza y es, sobre todo, tu no-cabeza, esa «Gran Cabeza» (Gran Mente) mayor que nuestra pequeña mente, llena de condicionamientos que nos impiden ser libres.
Te envío un afectuoso saludo.