
El texto me parece muy bueno, no sólo por su apuesta polifónica, sino porque, además de identificar a los espectros, se describen las relaciones, los procesos con cada uno, y en esos procesos hay un camino hacia la integración. Con la palabra «integración» no quiero sugerir condescendencia, dejarse avasallar por el espectro, sino un reconocimiento de lo que es: cómo se aparece, qué parece aportar, cómo condiciona o limita, y sobre todo, cuál es el camino para trascender esa limitación.
El asunto, como muy bien haces aquí, es concientizar los espectros, sabiendo que ni son distintos de uno, porque ahí están, ni tampoco son propiamente uno, porque eso supondría identificarse con ellos y en ese preciso instante uno queda bajo su poder. Integrar quiere decir reconocer ese epifenómeno de la conciencia, sabiéndolo un simple epifenómeno de la conciencia y nada más. Éste es un modo de tirar los espectros al lago: no rechazarlos, no alimentarlos, mantener la ecuanimidad. No son enemigos, pero tampoco son propiamente amigos, si bien, a partir de ellos, de una buena «conversación» con ellos, se puede crecer. Pero, una vez trascendidos, se disuelven solos.
Esta dirección se ve en tu texto, sobre todo, en la alquimia que sugieres bajo el imperio de la nostalgia, donde las lágrimas pueden ser transformadas en gratitud, pero se ve, sobre todo, en la última sección, oportunamente titulada «resiliencia». Es muy lúcida esa parte y cierra muy bien todo lo anterior.
En algunos casos es importante entender el carácter del espectro con mucha precisión, sin agregarle ni quitarle nada. Por ejemplo, la ansiedad se aparece en tu mente como una especie de ayudante de rostro áspero y voz severa, que te impulsa cuando tu voluntad flaquea, y al final viene a exigir crédito por tu productividad. ¿Es así? ¿Llevar a término un buen trabajo NECESITA de la ansiedad? ¿No podría uno tener otras motivaciones fundamentales?
Un problema con los espectros, que es importante avistar y que forma parte de su propio carácter espectral, es que se aparecen como si fuesen indispensables (necesarios), cuando no son más que un fantasmagoría evanescente. Un condicionamiento siempre tiene ínfulas de necesidad: si x, entonces y, así funciona un condicional. Pero la coma, después de «x», no implica que si x, entonces, necesariamente, sobreviene y. Llegamos a creerlo así, sólo porque estamos condicionados, es decir, porque el espectro no se ve en su naturaleza insubstancial, sino como algo real, sólido: «Sin mí tú no puedes alcanzar altos rendimientos».
Es importante considerar que el pensamiento más claro, la palabra más veraz, la acción más hábil surgen precisamente cuando no hay espectros que empañen ese «cristal» (la mente natural, el logos); cuando no hay condicionamientos de ningún tipo, pues los espectros son eso. Entonces se da, como dice el Tao Te King, la acción perfecta, la acción que NO DEJA HUELLA, que no proviene siquiera de un esfuerzo de la voluntad, sino que es espontaneidad pura. El taoísmo le llama a esto wu wei, acción sin acción (o sin esfuerzo).