
Qué hermosura de texto. Te aseguro que no hay muchas personas capaces de mirar con tanta lucidez el arco de su propia vida.
Lo que es maravilloso de tu texto, aparte de la escritura como tal, sus guiños, su humor, su ternura, es que cada parte está orgánicamente integrada en el todo, en la vida como un todo. Ésta era la idea de los filósofos griegos: la felicidad no son momentos agradables, no tenían una idea “empirista” de la felicidad, sino que veían las acciones particulares con vistas a un fin final (un telos) que, de alguna manera, sólo se consumaba cuando la vida llegaba a su fin. Por eso Aristóteles refiere, al principio de su Ética Nicomáquea, la anécdota que cuenta Heródoto, donde un sabio reconviene a un griego (¿o persa?) que le pregunta quién es el hombre más feliz, respondiéndole que fue Fulano de tal (y no el hombre que inquiere y que esperaba encontrar una respuesta que lo nombrara a él), un finado, porque sólo puede decirse feliz aquel que ha vivido ya la totalidad de su vida. En fin, no quiero alargarme en digresiones filosóficas, pero sí enfatizar que el modo como miras tu infancia, las tendencias que se gestaban allí, que parecían propicias, pero más tarde serían problemáticas, describen un arco con una lógica clara, reconocible y, yo diría, felizmente evolutiva.
Tu texto me recuerda a un viejo proverbio zen (que atesoro), no recuerdo bien de qué maestro ni qué siglo; lo citaré de memoria:
Al principio, las montañas eran montañas y los ríos, ríos.
Después, las montañas dejaron de ser montañas y los ríos dejaron de ser ríos.
Al final [una vez alcanzada la iluminación], las montañas volvieron a ser montañas y los ríos, ríos.
Aquel niño lleno de curiosidad y entusiasmo, que todavía no se ufanaba de sus habilidades, sino que simplemente las descubría, porque en ese momento todo era descubrimiento y asombrabo, y las cosas se revelaban sin más, luego se transforma en un joven en el que despuntan ya ciertas tendencias que traerán más adelante sufrimiento. Pero el sufrimiento es el gran maestro. Entonces, una vez que se lograr trascender (el sufrimiento), todo se ve diáfano otra vez, todo se revela. Ya no se es el niño, ahora se es el sabio (que no se sabe sabio).
No tengo palabras para decir lo mucho que he disfrutado de acompañarte en este camino. Cada vez que llegaba un texto tuyo (me llegan las notificaciones al correo), sabía que tenía algo sumamente interesante y deleitoso por delante. Te agradezco inmensamente tu apertura, tu cuidado, tus metáforas, tu franqueza.
Para terminar, una petición y dos invitaciones.
La petición: si puedes dejar un review del curso. En la última lección se dice cómo hacerlo, es muy fácil. Sólo ten cuidado, si decides hacerlo, de las endiabladas estrellitas azules que dan la calificación, porque si uno les pasa el mouse por encima, se modifica su cantidad; entonces, asegúrate que es la cantidad de estrellitas con que quieres calificar el curso, si haces el review.
Primera invitación: a leer este texto que publiqué en una revista, sobre estos tiempos de contingencia, si tienes posibilidad e interés:
Segunda invitación: al curso de FILOSOFÍA ESTOICA APLICADA, que tengo en este mismo sitio. Muchas cosas de allí quizá te serán familiares, por la descripción que has hecho del invierno, pero quizá te interesará conocer a estos maravillosos filósofos que encarnan, a mi parecer, el dharma occidental. Es un curso provechoso y yo acompaño, como aquí.
Te saludo con afecto, Carlos, cuídate, que estés muy bien y gracias por tu magnífica participación.