
Wow, qué historia tan estremecedora. Está muy lograda la narrativa, el modo como los puntos de vista van articulando el relato y el hecho de que tú, la primera persona, quede para el final, con la perplejidad de la niña y la compasión de la mujer adulta por su padre. Es una historia sencilla, pero impactante, porque no se trata sólo de un rapto de cólera que termina por matar a una perra (lo que es de suyo tremendo), sino de una especie de fatalidad que atraviesa las generaciones y hace que la derrota moral sea doble: haber cometido un crimen contra un ser inocente y haber repetido aquello que se quería evitar. Y de otro lado, el relato tiene tan buen equilibrio, que, si bien, por supuesto, jamás se justificará el haberle dado muerte a la perra, se puede entender la cólera, la inmensa frustración, el desaliento de ese hombre que ya festejaba haber terminado una labor tan extenuante.
Dos veces se repite la expresión “no saber más de sí”. Creo que no la había escuchado como tal (sí “estar fuera de sí”), pero me resultó muy elocuente, como si hubiera ciertos momentos donde uno es un completo desconocido para sí mismo y surge de oscuras profundidades algo, alguien, irreconocible. En ese ya no saber más de sí, quedan canceladas las reglas, la moral, los juramentos (“no repetiré lo que hizo mi padre”) y todo puede echarse a perder. En las artes marciales orientales repiten a veces que se puede perder la vida en un pestañeo, para exhortar así a una atención completa. Un momento de distracción, de no saber ya de sí, es suficiente para traer la ruina.
Muy impresionante. Buenísimo texto, María Belén, bravo.