
El texto es tan sensual que se pueden sentir la lluvia y su olor, los grillos, se pueden ver las formas de las nubes, las luces de la ciudad… La prosa que aparece aquí es sumamente precisa y, aunque es también una prosa elaborada, no se siente esa elaboración, fluye con naturalidad de la percepción al pensamiento, del pensamiento al recuerdo, del recuerdo a la reflexión que suscitan Taz y su hueso. Pero lo que me parece más interesante y logrado es que, a través de la ventana, se alcanza a sentir con claridad, aunque no hable de sí, y precisamente POR NO HABLAR DE SÍ, quién es el que está ahí, observando, recordando, escuchando música. El tono contemplativo le presta la voz al mundo y sus objetos, y eso genera un poco el efecto que se siente en los haikus clásicos, donde el sujeto no aparece, pero el aparecerse de ese instante objetivo va mucho más allá de los objetos y se respira ese «eterno presente» en el que seguramente vive Taz, y que tú rozas aquí (porque, incluso, cuando hablas de tus pensamientos, los tomas un poco como si fueran esas nubes que pasan con forma de tortuga o zapato). Esa especie de calma que aparece con la lluvia y la levitación de las nubes, en el primer día, planea a lo largo del texto y me parece que, después de leerlo, uno mismo queda en calma. Detenerse y contemplar, observar y escribir, samatta y vipassana.