
Hola, Luis.
En realidad, en el budismo, hasta donde sé, no existe esa distinción entre sufrimiento y dolor, sino que es una única cosa: dukkha, malestar. Este malestar acusa causas más obvias, más groseras, digamos, que quizá coinciden con lo que tú llamas “el dolor ineludible de la existencia” (el ser mortales, susceptibles a la enfermedad y la vejez, el tener que separarnos de quienes amamos y convivir con quienes nos desagradan) y causas más sutiles, que son las que trae tanha, esa sed primordial que nos hace errar de un deseo a otro sin encontrar jamás una satisfacción perenne (samsara quiere decir, precisamente, errabundia). Pero no son cosas distintas, todo eso es dukkha y todo eso puede ser igualmente trascendido, o, para utilizar el lenguaje del budismo, extinguido (nibbana o nirvana quiere decir extinción). Todo ese sufrimiento es generado por la mente, porque es la mente la que interpreta las condiciones de la existencia. Por ejemplo, la muerte no es un mal en sí mismo, es la mente la que puede juzgarlo así o dejar de hacerlo.
En este sentido, el budismo tiene una especie de psicología moral, por así decir, y explica dukkha a través de “los tres venenos”: avidez, aversión e ignorancia (avidez y aversión son dos formas de ignorancia). La avidez y la aversión son en cierto modo dos caras de lo mismo: estar ávido de algo es tener aversión ante la posibilidad de que no suceda y, al contrario, la aversión es la avidez de que algo no suceda.
Este esquema coincide, sí, en lo sustancial con la psicología moral estoica, específicamente con su teoría de las pasiones, que es un asunto grande y fascinante, pero que, para decirlo en breves palabras, distingue los grandes géneros de pasiones según sean de tipo ávido (como el deseo empecinado) o de tipo aversivo (como, por ejemplo, el miedo).