
Está claro que llevas ya un largo proceso de elaboración en relación a tu abuela, a su vida, a su muerte, a su relación contigo y a la herencia moral que te legó. Este ejercicio viene quizá a compendiar ese proceso.
Hay frases de enorme lucidez: «desde el amor y no desde la obligación», «me corresponde entregar al mundo esa alegría y el amor que ella no supo cómo dar a los demás». Nuestros ancestros nos dejan tareas inconclusas que debemos llevar a término o, cuando menos, desarrollar, por nosotros mismos, por los que siguen y quizá también por ellos. Por lo que deja ver tu texto, tienes perfecta claridad sobre esto.
Quizá lo más enigmático de tu abuela, tal como la describes, es «ese apego a un hombre con el que no era feliz, y sin embargo convirtió en el motor de su vida». Está claro que era, de algún modo, el motor de su vida, porque, una vez muerto él, ella empezó a dejarse morir, y está claro también que no era feliz con él, porque hacía las cosas por obligación y no por amor, como muy bien señalas, y como ella misma declara al felicitarte por tu divorcio, dando a entender que un matrimonio infeliz consiste en aguantar.
Dicen que los convictos que llevan mucho tiempo en prisión, cuando ganan su libertad, llegan a estar al principio tan desconcertados que hasta extrañan su celda. No porque la celda fuera buena, sino porque era donde sabían vivir. Quizá tu abuela sólo supo vivir en la celda que era su matrimonio, y tú representabas esa bocanada de aire fresco, libre, un afuera que ella no supo construirse y que, tácitamente, delegó en ti, para que tú utilizaras todas esas herramientas maravillosas que ella te enseñó, ese sentido práctico pulcro y riguroso, de manera libre, es decir, amorosa, como tú misma has señalado con tanta claridad. Es una historia hermosa y una responsabilidad no menos hermosa.