
Muy buen trabajo, Graciano. Es preciso y va al corazón del asunto. Ahora se trata de ir incorporando estos razonamientos para que se anticipen a la reacción colérica, que es el hábito que has desarrollado hasta ahora. En pocas palabras, se trata de sustituir un hábito que trae perturbación (y no mejora necesariamente las cuestiones de agenda), por otro que no trae perturbación. Los razonamientos que te has dado son, en ese sentido, muy pertinentes.
Voy a intentar complementar tus reflexiones con algunas otras, específicas sobre la ira.
Según los estoicos (y en esto siguen a Aristóteles), para que haya ira deben existir dos creencias:
(i) Que me han inflingido un daño injusto y doloso (lo han hecho a propósito).
(ii) Que es preciso regresar ese daño (vengarse).
Para poder disolver la ira de raíz, es preciso intervenir sobre el primer juicio, pues, mientras yo considere que hay daño sobre mí, así logre respirar y no reaccionar de manera compulsiva, seguiré creyendo que hay un motivo para estar enojado.
Intenta examinarlo en ti: ¿hay en tu mente la creencia de que te interrumpen de manera injusta y dolosa? Quienes te interrumpen, ¿lo hacen con el propósito deliberado de perjudicarte? ¿Lo hacen sin darse cuenta? ¿Hay un modo de responder distinto, que no sea regresando ese presunto daño, sino formulando una PETICIÓN que exprese de manera firme, pero amable, tu legítima necesidad de no ser interrumpido?
Otra pregunta: ¿por qué sería un daño para ti verte interrumpido? En realidad, ya has respondido muy bien a esto, aduciendo que puedes tomarte esa pausa como una ocasión para distenderte, etc. Pero ¿qué es lo que te lleva a percibir la interrupción como un daño? Pregunto esto porque en cierto modo creo poder comprender tu irritación. Yo soy escritor. Escribir exige una enorme concentración y, durante años, cada vez que era interrumpido, sentía una inmensa cólera. Me di cuenta de dos cosas: (1) que tenía una valoración excesiva sobre mi trabajo (mi importantísimo texto que, ¡oh, calamidad!, se veía interrumpido por mundanos asuntos, y (2) que tenía la atención mucho más puesta en si mis vecinos hacían ruido, que en la posibilidad de continuar trabajando, bien concentrado, aún con el ruido de los vecinos. Con el tiempo, pude escribir sin irritarme, aun cuando mis vecinos estuvieran en el éxtasis de su jolgorio.
Quizá estas líneas complementen tu reflexión. Ojalá que así sea.
¿Cómo te enteraste de este curso, Graciano?