
Exacto, los espectros son precisamente esos condicionamientos y prejuicios heredados a través de la familia, la educación, la sociedad, etc. Su “naturaleza” se opone, por sí misma, a la libertad, al punto que podríamos decir que la libertad consistiría, desde esta perspectiva, en vivir libre de espectros, siendo, como bien señalas, quien se es en cada caso y no interpretando un rol o respondiendo a un automatismo. Una vida sin espectros sería, pues, la espontaneidad pura: he aquí una idea de libertad.
¿Qué es la espontaneidad pura? ¿Es actuar sin ninguna regla? No. Lo que sucede en un caso así es que las reglas no se perciben como algo limitante, sino que están al servicio de la libertad. Pongamos por caso el funcionamiento de un hogar. Uno, una, tienen que asegurarse de que “la casa funcione” (sobre todo cuando hay otros que dependen de esto). Para eso hay que hacer distintas cosas, aprovisionarse correctamente, mantener la limpieza, cocinar, etcétera. La casa no puede funcionar si estas “reglas” o “normas” elementales no se cumplen. ¿Coarta esto la libertad de las personas que viven en la casa? En principio es lo contrario, estas reglas permiten que las personas que viven en la casa se desenvuelvan en sus distintas ocupaciones, idealmente de manera libre. El asunto, entonces, tiene que ver más bien con el modo como integramos las reglas, normas, etc. Uno puede ponerse a cocinar como si esto fuese una exigencia pesarosa, algo que estresa y que, de no hacerse en tiempo y forma, representaría una pequeña tragedia, o puede hacerlo con deleite, como una especie de juego o experimento alquímico. La acción, la exigencia, digamos, es en principio la misma, pero en el primer caso, el modo, la disposición con que se cocina hace que el acto de cocinar se viva como un acto esclavizante, mientras que en el segundo caso no se pierde esa disposición espontánea.
Hay que tener muy bien introyectadas las reglas para poder improvisar libremente. Cualquier artista lidia con esto. ¿Y no es vivir un arte?