
Es toda una sinfonía de estados de ánimo, donde se desdibujan (o se funden o con-funden) la ventana y tú. Como bien observas, todo depende del cristal con que se mire, y este ejercicio busca en parte eso, hacer ver cómo la ventana se vuelve el cristal con que miras.
De todo lo que narras, comentas, reflexionas, lo que más me llama la atención es otra posible fusión: ese árbol que las circunstancias han encorvado, que temes transplantar por miedo a matarlo, y que casi parece una metáfora de lo que mencionas más adelante sobre ti misma: como si tú quisieras también transplantarte, cambiar de terruño cuando las circunstancias pesan sobre tu espalda, pero, lo mismo que el árbol, te vieras impedida de hacerlo. La diferencia entre el árbol y tú es que él ya no puede enderezarse por sus propios medios, mientras que tú estás en condiciones de hacerlo, así eso tome tiempo. Otra diferencia es que, llegado el caso, tú podrías autotransplantarte, mientras que el pobre árbol encorvado depende de que alguien lo haga por él. No es poca cosa tener albedrío.