
Me llama la atención, ante todo, la complejidad de Tayde, tu abuela, según la representas en tu texto. A menudo, cuando evocamos ciertas figuras, hay trazos más nítidos que van ocupando el espacio de la memoria progresivamente, y los otros, los trazos menos nítidos, o más ambiguos, a veces se ven totalmente desplazados, dando así un perfil más o menos claro, en el que destacan ciertas tendencias. Ese tipo de retratos, si son demasiado “tendenciosos” en un sentido, terminan por representar personajes planos: o demasiado virtuosos, o demasiado malvados, o demasiado avaros o demasiado obsesionados con algo, etcétera.
En el retrato de tu abuela, todo eso queda anulado por completo: luchona, esforzada y, sin embargo, relajada en las mañanas, antes de salir, precisamente, a luchar; de carácter fuerte y al mismo tiempo miedosa, frágil, adolorida (aunque esto tiene una clara lógica, porque eso que llamamos caracteres fuertes, a menudo sólo son corazas que encubren heridas), seria, responsable y al mismo tiempo amante de la fiesta, y (dicen) madre de hijos de distintos padres; pobre y a la vez extremadamente liberal en materia de gastos y gustos; proveniente de una familia “donde los principios y la ética no eran los pilares fundamentales”, que sin embargo construyó su vida sobre la base del valor, la justicia y la honestidad. Está claro que ese giro de timón, del que hablas al final, en cierto modo engloba la complejidad de tu abuela y la enaltece, porque quizá una de sus mayores virtudes fue precisamente no reproducir lo que le tocó, sino ejercer su libre albedrío y hacer con eso, aun contra viento y marea, algo más alto. Se siente en tu texto la admiración y la inspiración que esta mujer tan llena de matices representa aún para ti.