
Tu ventana parece ser sumamente agitada. Hay maltrato a los animales, hay chismes, discordia, quejas del casero y ruido (si bien esto último, dices, no te perturba). Concluyes al final que no te gusta esa ventana hacia fuera, pero que sí te gusta hacia adentro. Y sin embargo, la ventana existe, su naturaleza es comunicar el afuera con el adentro de un modo que las paredes impiden. Casi parece lo contrario de la “shadow” (una idea de Carl G. Jung): allí la sombra está “dentro” y el afuera la oculta. Es el conocido caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El respetabilísimo médico, de día (en ese afuera a que nos expone la luz del sol), es un hombre probo, virtuoso, irreprochable; pero de noche, emerge su sombra. La sombra es el primero de los arquetipos con que uno se encuentra, según Jung, cuando se sumerge en el inconsciente; es el depósito de todo lo que nos disgusta de nosotros mismos, todo lo que hemos reprimido, negado y que sin embargo forma parte de nuestra personalidad. Mr. Hyde es exactamente eso: el lado oscuro, oscurísimo, del probo Dr. Jekyll. ¿Qué sucede cuando la sombra no ha sido reconocida, elaborada o, como dicen los junguianos, “integrada”? En el peor de los casos, nos volvemos Mr. Hyde, pero éste es un caso de disociación extrema. Más normalmente, lo que hacemos es proyectarla fuera.
¿No será ese otro lado de la ventana, ese afuera, una proyección de tu sombra? En parte lo admites, al reprobar la discordia, pero reconocer tu gusto por los chismes. ¿No proyecta esa ventana una parte de tu propia sombra? ¿No es eso lo que quizá te desagrada?