
Dices bien: una observación atenta, penetrante, contemplativa, nunca ve la misma ventana. Sólo la mirada empolvada, que, como el polvo, se posa sobre la superficie de las cosas, podría confundir la ventana de ayer con la de hoy, la de la mañana con la de la tarde, la de hace un momento con ésta que veo ahora, al punto de decir que es exactamente la misma. Sólo esa mirada podría confundir la que fuiste con la de hoy, la de la mañana con la de la tarde, la Alma Delia de hace un momento con ésta que lee lo que yo escribo ahora. Hay continuidad, no hay identidad. Aquello de “Ningún hombre se baña dos veces en el mismo río”, atribuido a Heráclito, es justo lo que sucede con las ventanas (y con todo). La imaginación viene a confirmarlo. Una mancha de humedad es hoy un elefante, mañana otra cosa. Hoy la ventana exhibe incompetencia y mañana es una alfombra mágica para remontar vuelo. ¿Cuál es, entonces, la verdadera ventana? ¿Dónde está? Si dices: “La ventana son los ojos”, es dable objetar: ¿y qué de los oídos y la piel y el resto de los sentidos? Si dices: “Los sentidos”, ¿qué hay, entonces, de los pensamientos? Si concluyes, “Los sentidos y los pensamientos”, preguntaré: ¿Quién siente y quién piensa todo eso?
Hay en esta última pregunta un enigma más profundo de lo que quizá parece en primera instancia.