
Creo que aquí entiendo mejor lo que decías hacia el final del texto anterior en relación a que puedes introyectar los razonamientos, pero no la emoción, y digo esto porque tus razonamientos son claros y se ve que has comprendido las ideas fundamentales y cómo desarrollar el ejercicio, pues lo has hecho muy bien, pero, por algún motivo, la efectividad de este ejercitamiento todavía no es tan rotunda como quisieras. ¿Por qué sucede esto?
En parte por lo que tú misma adivinas, porque sustituir hábitos de pensamiento toma cierto tiempo, exige cierta constancia, etcétera. Pero también porque toma tiempo AFILAR los razonamientos y hacerlos tan claros, tan prístinos a tus propios “ojos”, tan persuasivos para ti misma, que el solo hecho de invocarlos te permitan disolver la perturbación que te aqueja. Intentemos, entonces, afilar, afinar, refinar lo que has hecho aquí, que, repito, está muy bien, pero puede ir un poco más lejos.
E este ejercicio es muy importante anticipar los dos escenarios: el preferido y, sobre todo, el dispreferido. Si sale tu texto elegido, ¿qué? En parte lo has esbozado: eso no podría constituir tu bienestar. Pero ve un paso más allá, estudia ese escenario con detenimiento, ve cómo ese placer sólo durará un rato, cómo, si te apegas a ese resultado favorable, lo que hoy place mañana dolerá, etc. Examina esto con detenimiento.
Pero, sobre todo, examina el escenario dispreferido. Esto aún no lo has hecho de manera directa. Mira a los ojos esa situación: no te eligen, no estás entre los cinco. ¿Qué con eso? Enfréntalo, atraviésalo, corta con el suspenso que te mantiene en vilo, trayendo la situación a tu mente, aquí y ahora.
Tú misma estás muy consciente, desde las primeras líneas, sobre el despropósito que hay en este afán de reconocimiento. Dices: “Si me publican en la plataforma, seré valiosa también”. Por supuesto que necesitamos ser reconocidos/as y que eso puede ser una motivación significativa, pero lo que nunca se puede consentir es que nuestro valor como personas, el valor de lo que SOMOS, esté supeditado a episodios, circunstancias, opiniones, etc. ¿Quién eres tú? ¿Eres un texto? ¿Eres la opinión de alguien sobre un texto que has escrito? Evidentemente, no. Eso es lo que hay que preservar claro. Tú no eres nada de eso. Tampoco eres tu propia opinión de ti misma, que es sólo un juicio voluble, algo que mañana podría ser contrario. Si te identificas con un juicio de otros, o incluso un juicio propio sobre quién eres, te condenas a ser eso, porque habrás asentido a ello: donde pones tu atención (y tu asentimiento), pones tu corazón. Y el caso es que, si realmente hiciste tu mejor esfuerzo y obraste con excelencia a la hora de escribir el texto, puedes poner tu atención en esto, en lo que ha dependido de ti, y reposar allí. No eres la valiosa ni la disvaliosa según otros, pero sí eres la que ha hecho su mejor esfuerzo y eso es gratificante. Si logras traer tu atención a lo que ha dependido de ti, sin permitir que la mente se dispare con fantasías (pues sólo son eso, fantasías, ilusiones), y encontrar satisfacción en tu obra, en la disposición con que la hiciste, podrás permanecer tranquila. ¿Cómo cortar con las fantasías? Precisamente, anticipándose y viendo las cosas cara a cara. Estudia, pues, los dos escenarios, instálate con antelación, como dicen las fuentes antiguas, y deja todo eso atrás.