
Hola, Elsa.
A menudo se habla de la resignación estoica, pero es una expresión que a mí me parece problemática, porque sugiere una especie de pasividad y da la idea de que el estoico no actúa. Esto es falso. Yo prefiero la idea de “aceptación” (la cuarta lección de la primera semana trata sobre esto), que es también un modo de referirse, no a un fracaso ontológico, porque la idea misma de éxito o fracaso es ajena a la ética estoica, sino a aquellas situaciones en las que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos (todo lo que dependía de nosotros) y, sin embargo, el “resultado” no ha sido el que hubiéramos preferido. Pongamos, hago todo lo que está en mis manos por evitar que un candidato llegue a la presidencia, pero el candidato se vuelve presidente. No es que yo haya dicho, “Bueno, no depende de mí quién sea presidente” y me haya olvidado del asunto (me haya resignado a lo que sea); la aceptación tiene que ver con un escenario dispreferido que sobreviene aun cuando yo he ejercido todas mis potestades. Lo acepto, porque desde el principio he sabido que el resultado final de todo esto no dependía de mí en último caso (si bien yo podía tener algún grado de injerencia). La aceptación implica estar en paz con eso que es dispreferido, pero algo interesante es que esa imperturbabilidad descansa en el hecho mismo, en la satisfacción misma de haber obrado todo lo que estaba en mi poder. Aquí hay una interesante inversión en la lógica del razonamiento práctico. Normalmente, nos quejamos diciendo: “¡Con todo lo que he hecho y aun así las cosas no han salido!”. El estoico dice en cambio: “Las cosas no han salido como yo hubiera preferido, pero hice todo lo que estaba en mis manos, ¿cuál es el problema? ¿Dónde está el daño?”.