
Wow, qué interesante, Israel. ¡Tienes material para un buen cuento o novela! Aquí ya has esbozado una buena crónica.
Una breve aclaración. La idea de que hay una especie de justicia retributiva, en ésta o en otra vida, no es sólo judeo-cristiana; el karma, como bien mencionas, supone esa idea, si bien en ese caso la retribución no deriva de un Dios personal, sino de un proceso distinto.
En relación a la impersonalidad de la muerte en la medida en que se vea como algo lejano, no hay duda de que la cercanía o lejanía pueden afectar la percepción, pero tampoco hay duda de que somos mortales, tengamos experiencias cercanas o lejanas, y de que, en algún lugar, sabemos que nosotros y las personas que amamos van a morir. El relato de tu tus abuelos y tu madre es elocuente, pero, desde mi punto de vista, no habla tanto del paso de una conciencia distante y ecuánime a una dramática, sino de una falta de conciencia, quizá una negación (“eso les pasa a los otros”, “eso sólo es materia de un negocio”), a una súbita y, por lo tanto, deficiente, toma de conciencia. Es decir, precisamente porque no hubo una maduración, una preparación concienzuda sobre la muerte, cuando ésta sobrevino, la reacción fue tan medrosa. Por lo tanto, yo creo que no había antes ecuanimidad, sino simple y llana inconsciencia. De ahí que tu historia, tremendamente interesante, me parezca, más que una objeción al hecho de premeditar la muerte, una confirmación de su sentido y utilidad.
Un abrazo de vuelta y gracias por compartir esta historia.