
Días contemplativos, sensuales, de atmósfera amarillo estival, y una cierta ligereza, como la de la hoja al viento o las risas despreocupadas. Estar sin más, sin juicios ni opiniones; el anhelo de regresar a un estado totalmente natural.
¿No hay cierta idealización en esto? Por supuesto, la posibilidad de un estar enteramente cabal, aquí y ahora, sin nada que enturbie el instante, es un noble ideal, pero ¿ser una hoja al viento no cancela también una de nuestras más preciosas posibilidades, que es, precisamente, la de tener albedrío, la de no estar totalmente a merced de los vientos de la fortuna? Digo esto porque, si bien puedo entender e incluso coincidir con esto que me parece la búsqueda de la suprema ligereza de espíritu (en el mejor sentido), al mismo tiempo creo que no hay que desdeñar las potencias específicamente humanas, el uso del raciocinio, el ejercicio de la deliberación y el albedrío. Aunque es cierto, a la vez, que estos cuatro días parecen propicios para ese vuelo libre de élitros (qué linda palabra), para dejarse mecer por todas esas caricias amarillentas. Como bien inquieres al principio, es tiempo de todo eso (ya vendrán los tiempos donde la hoja quizá tenga que tomar el timón y negociar un poco más con el viento).