
Lo que es excelente de tu escritura es la total honestidad y la precisión con que logras ver, en este caso las representaciones que te arrebatan. Al mismo tiempo, los razonamientos están bien encaminados.
El asunto aquí, como en el budismo, es poder “desolidificar”, quitarle toda entidad, toda realidad, a lo que sea que quiera que perturbe. ¿Quién es Ana? Y sobre todo, porque es más inmediato, ¿quién NO es Ana? Una idea importante, expresada con mayor explicitud en las fuentes budistas, pero que los estoicos sin duda sostienen, es la ausencia de una substancia última, un yo perenne, un núcleo duro de identidad. Entre la Ana de ayer y la Ana de hoy hay una línea de CONTINUIDAD, pero no hay IDENTIDAD. Porque si la hubiera, tendrías que poder decir qué es lo que ha permanecido idéntico, totalmente inalterable, y a poco que lo examines, encontrarás que, en rigor, no hay nada idéntico entre la Ana de Ayer y la Ana de hoy, ni en el cuerpo ni en la mente.
Cuando nos concebimos como sustancia y solidificamos la identidad, surge el dolor moral. “¿Cómo pude hacer esto?” La Ana de hoy se remuerde por lo que hizo o dijo la Ana de ayer. Pero ¿qué quedó de todo eso? ¿Dónde está? ¿Dónde está aquella Ana? ¿Dónde la persona que desaprobó? ¿Dónde está el daño de entonces? ¿Lo ves? No hay nada (salvo en tu fantasía y sólo allí y en ningún otro “lugar”). Esto no significa que no debamos asumir responsabilidad moral por hechos del pasado, sobre todo si hay algo de eso que sigue, de alguna manera, vigente, un daño moral a alguien o lo que fuere, pero no parece ser el caso aquí.
Es de suma utilidad intentar no concebirse como una y la misma persona, como una esencia, como un conjunto de características inalterables, porque eso es simplemente falso. La Ana de ayer se equivocó. ¡Y qué! Esto sólo puede perturbar si la Ana de hoy no admite la posibilidad de equivocarse o de que otros piensen que ella es incapaz de yerros (autoseveridad moral). ¿No hay en esto una identidad sólida? Si te permites concebirte en términos más dinámicos, fluyentes, como alguien que hoy yerra y mañana acierta y pasado mañana quién sabe, es probable que todo esto deje de perturbarte. Por supuesto que puedes considerar cuál es el exacto asentimiento que origina esto, si la suposición de que esa persona aún te considera descuidada, si la suposición de que cometer errores es vergonzoso, etcétera, y eso tiene, desde luego, utilidad, pero con estas líneas quiero invitarte a que vayas más profundo que eso, a que revises tu propia concepción de ti misma y de los demás. En budismo, esto se llama anatta (anatman, en sánscrito: ausencia de yo).
Cuando uno/a empieza a desolidicar, a concebir la propia vida en términos de momentos, más que de una línea sólida e inflexible, todos los juicios se vuelven en cierto modo relativos. Nadie te quiere ahora, así lo sientes (aunque es seguro falso), pero el día de mañana, ante un gran logro, todos te quieren. ¿Cuál de las dos afirmaciones es verdadera? Lo uno y lo otro. Y ni lo uno ni lo otro. ¿No hay en esta respuesta una gran ligereza?