
En este espacio inaugural hay amistad y hay hogar. Lo imprevisto de la última línea no genera, después de todo lo anterior, una sensación de angustiosa incertidumbre, sino de apertura, como si el cobijo del hogar y los amigos garantizara un abordaje hábil de lo que quiera que sea que se presente, como si lo imprevisto fuera un gozoso advenimiento. Incluso la prueba del kairós sale airosa.
Pero la despedida es extraña. De un lado, ella sí es previsible; de otro, parece rodeada de un halo de incomprensibilidad, un “algo” indeterminado. Se adivina que ese algo no se va a decir y, en efecto, no se dice, pero esto, en lugar de clausurar, de dejar atrás, hace que perviva la huella de eso no dicho. Contra lo que parece, la frase final, “sólo se fue”, entraña que “algo” no se ha terminado de ir.