
Detenerse y contemplar. No se puede contemplar sin antes haberse detenido. Este ejercicio es una invitación a eso. En la aparente insignificancia de las ventanas de siempre, con “el mismo” paisaje del otro lado, eventualmente descubrimos cosas que el trajín de la vida nos impide ver, aunque estén allí todo el tiempo. ¿Qué piensan las personas mientras caminan rumbo a esos edificios? ¿Qué prisa mueve a algunos de ellos? ¿Qué otros seres viven del otro lado de la ventana? Cuando logramos salir de nuestro pequeño mundo, cuando, por así decir, nuestro “yo” desaparece, ganamos a cambio el mundo entero, con sus montañas magnificentes y voluptuosas, sus especies exóticas, sus coloridas plantas. Es precioso leer lo que has escrito, un pequeño triunfo de la mente sobre la agitación y la inercia. Me alegra mucho ver que este ejercicio tuvo ese efecto en ti. Y, lo que no es menor, me dieron ganas de mirar la montaña a través de tu ventana (lo que, teniendo en cuenta la forma de su pico, podría ser tenido por un acto de voyeurismo).