
Tu ventana es tu voz: la conclusión es certera como sólo puede serlo la poesía. Pero esto es así, me parece, a condición que se cumpla lo contrario: tu voz es tu ventana; tu voz es la que muestra todo ese mundo que has referido con belleza, melancolía, esperanza, sensualidad.
Hay un curioso juego de sinestesias en todo esto que me recuerda a uno de los momentos estelares del Viejo Testamento, cuando los judíos, reunidos en la falda del Monte Sinaí, donde esperan el descenso de Moisés, reciben la revelación (la Toráh) y “ven las voces“. ¿No es toda revelación una ventana y una voz o, como mejor lo dices tú, una ventana que es una voz (y una voz que es una ventana)? Ventana de qué, de quién. Imposible decirlo. ¿Del alma? ¿Existe tal cosa? El budismo lo niega si se considera en un sentido sustancial o esencialista. Pero quizá el alma sea, como decía Jacques de Bourbon Busset, el bajo continuo de cada ser, y esa voz, tal y como declaras con extraordinaria precisión y belleza, sea el tempo de tu alma.
Sonido y luz, voz y ventana, los dos grandes atributos de toda cosmogonía: el universo surge de la luz y surge del sonido, porque luz y sonido son quizá una y la misa cosa, dos modos distintos del vibrar.
Y el otoño, con su ambivalencia de madurez y declive. ¿Cómo no amar el otoño, sobre todo cuando se está (como tú -y también como yo) en el propio otoño de la vida?
Me queda también la impresión de que todos esos paisajes que aparecen en tu ventana son un espejo y, por lo tanto, que la ventana es también tu rostro.
Te felicito por este hermoso texto profundo y sensual.