
Querida Bonifacia, gracias por tus palabras, generosas como eres siempre conmigo.
En relación a las anticipaciones, una lectura ingenua quizá aceptaría lo que dices, la posibilidad de una vida tan monótona que no hubiera nada que elaborar por anticipado. Pero, ¿no es la monotonía como tal el asunto mismo que requiere ser examinado? Si la experiencia de tus días es que son monótonos, ¿no sería pertinente anticiparse a ese escenario, que estoy suponiendo aquí dispreferido, y tomar las riendas de ese asunto para hacer algo con esa monotonía, en lugar de resignarse a que así son las cosas sin más? Sobre todo porque la monotonía parece ser algo que depende de ti, mucho más que un decreto de las circunstancias externas.
En cuanto al miedo, ¿no es la huida YA el miedo como tal? La respuesta del miedo es huir. Huir de aquello que tememos es actualizar el miedo. Si hay una hora temida, porque, con la caída del sol y el advenimiento de la oscuridad se aparece un abismo, ¿cómo dejar de temerle mientras huimos? El miedo sólo puede surgir cuando existe una “distancia” (temporal) con respecto al objeto temido. Si uno está frente a frente, el fantasma desaparece y, a menudo, la presencia real se revela mucho menos temible: “tigres de papel”, como dicen los chinos.
Entiendo que el abismo está “hecho” de soledad y de una voz que no está. ¿Tiene caso persistir en esa búsqueda? ¿No es la insistencia en encontrar algo que no está allí lo que produce ese desamparo, esa soledad? Suelta la expectativa de esa voz y esa presencia, atraviesa la oscuridad sin rechazo ni huida, asumiéndola, abrazándola o, como se dice en el zen, volviéndote UNA con lo que hay, lo que es: entonces, ¿quién podría sentir miedo? No sé si estoy siendo claro aquí. Siéntete libre de escribirme si crees que es preciso aclarar algo. Lo que intento decir es que, cuando la experiencia, en lugar de ser rechazada, es abrazada de manera totalmente consciente, deja de ser temible.
Sigo aquí.