
Gracias por compartir tu texto, Andrea.
Algo que queda de manifiesto, a la luz de tus palabras, es que, efectivamente, los bienes y males dependen de uno. Tu inquietud, aquí, no deriva tanto de lo que tu ex pareja diga o haga, sino de tu propia acción, que tú evalúas desacertada. En otras palabras, en algo que dependió de ti, sientes que fallaste y es por eso que te sientes mal: precisamente porque estuvo en tus manos.
Pero, de otro lado, esto es absolutamente humano. No hay ningún otro éxito o fracaso como no sea aprender o no aprender de una situación. Si todo esto, toda esta situación que refieres, te está permitiendo revisar asuntos y darte cuenta de cosas, aunque indudablemente es duro, en cierto modo es venturoso: idealmente, en el futuro, estarás mucho más atenta a no repetir esta clase de yerro. Si tu ex pareja hace o dice cosas, ése ya no es tu asunto. Todo lo que está en tu poder ahora es reparar el daño, si es posible; y si no, como bien dices, retirarte, pero hacerlo al menos con la convicción de que, de haber habido condiciones para reparar, lo habrías hecho cabalmente.
La firme determinación de reparar el daño tiene que ver con responder por una situación, es decir, con hacerse responsable. Responder y reparar son actos completos, cabales. Una vez que se responde y se repara (o se intenta reparar) no queda nada por hacer y no hay ninguna necesidad de regresar mentalmente a la situación del pasado. Somos humanos, fallamos, pero no se trata de ser infalibles, sino de responder por nuestros yerros. Esto es también lo que nos hace humanos. La culpa, en cambio, es una distorsión de la responsabilidad, porque no expía, no libera por sí misma, sino que esclaviza. ¿Por qué permanecer sujetos a algo que ya no es, cuando, además, hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para resarcir el daño?
Es perfectamente natural que estés triste y, si tienes el don de las lágrimas, que corran, ¿por qué avergonzarse o intentar reprimirlas?
La aceptación toma tiempo. Lo importante es tener claridad. Y la claridad tiene que ver, justamente, con qué te corresponde y qué no. Si has hecho todo lo que te corresponde, tarde o temprano esa paz, que ahora convive con la tristeza, acabará por establecerse completamente.