
Me alegra leer esto, Fernando, muchas gracias por compartirlo. Efectivamente, ¿por qué habría de temer a equivocarse o a ser juzgado si usted está aquí para aprender y tiene todo el derecho del mundo, como cualquiera, a equivocarse? ¿Por qué temerle a los errores si es a partir de ellos como aprendemos? Si yo, Gabriel, fuera un tonto y lo censurara por algo de lo que ha escrito (cosa que jamás haré, mi papel aquí es ayudarle a refinar su práctica), o si fuera cruel o desdeñoso, eso no tendría que ver con usted; con usted tiene que ver, como bien indica, hacer lo mejor que está en sus manos. El tonto, el ruin, etcétera, sería yo, no usted; por lo tanto, yo sería el perjudicado, no usted. La experiencia no sería agradable (preferida), pero tampoco constituiría un mal, un daño moral.
Esto mismo vale para su situación en el trabajo: no tiene por qué temerle al juicio de sus compañeros. Lo observa usted muy claramente.
Ahora bien, desarrollar un nuevo HÁBITO evaluativo, como es el hábito de evaluar que su bienestar y su malestar dependen de su propia disposición, no de los juicios de terceros, es algo que toma cierta tiempo. No se frustre si algunos días no lo consigue, es perfectamente normal. Más bien, felicítese toda vez que lo logra y, como de hecho está haciendo, considérelo un antecedente, una referencia a tener en cuenta en días más difíciles.
Sin embargo, lo que más le ayudará en el establecimiento de este nuevo hábito es hacer las anticipaciones, de preferencia por escrito; esto es, anticipar los desafíos concretos que le depare cada jornada a la luz de la distinción maestra (lo que depende de mí/lo que no depende de mí), de modo que, una vez en el escenario, tenga claridad y pueda conservar el bienestar.
Sigo aquí en lo que pueda apoyarlo.